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Los cristianos están a la vez atados al mundo y en ruptura con él

Que el evangelio se vaya extendiendo a finales del siglo I como un contagio, a muchos les parece una verdadera provocación. Lo cierto es que los cristianos se mueven contra corriente y chocan con los demás en todos los terrenos y situaciones. 

Provocan la desunión en muchas familias. Una mujer que se hace cristiana, si no logra convencer a su marido, ha de chocar en muchas situaciones con los ritos paganos que acompañan a las principales etapas de la vida: el nacimiento de sus hijos, las fiestas de su adolescencia con la imposición de la toga, las bodas, los matrimonios. En cualquier circunstancia hay que quemar incienso ante las "divinidades familiares", hay que ir al templo a ofrecer un sacrificio y participar en el banquete que se celebra luego, para comer de las carnes ofrecidas a los ídolos. ¿Puede la esposa cristiana romper con todos estos gestos rituales sin provocar el descontento de los demás miembros de la familia? ¿La dejará libre su marido para que acuda a las reuniones de la comunidad cristiana de la ciudad? ¿No presionará sobre ella para llevarla más bien a las termas en esa misma hora? ¿O no encontrará en el proceder de su esposa un motivo para divorciarse de ella? 

Si los hijos de un hogar cristiano no se descubren al pasar ante la estatua de un dios, si en la escuela descuidan el estudio de la mitología, es decir de la historia de las divinidades greco-romanas con sus orígenes, sus amores, sus rivalidades, sus odios y sus venganzas, pronto se les catalogará e irán a engrosar la lista de los que desprecian la religión oficial. Si en el gimnasio, en donde la regla exige que todos los deportes se practiquen totalmente desnudos, los jóvenes cristianos se niegan a hacerlo, o si en las danzas obligatorias de las fiestas nocturnas en honor de las divinidades campestres las jóvenes cristianas muestran cierto recato y evitan todo exceso, ellos y ellas sufrirán pronto las burlas de los demás y quedarán en ridículo. 

En sus negocios, ¿tendrá el artesano cristiano que rechazar un trabajo para la construcción o la ornamentación de un templo pagano? Puede ser que necesite ese trabajo para poder vivir. El comerciante cristiano que se ve en la necesidad de pedir prestada una cantidad de dinero, ¿se negará a hacer ante las estatuas de los dioses paganos el juramento que se le impone y que le obliga a devolverla? Cuando llegue el día de la fiesta del dios patrono de la corporación a la que pertenece, ¿podrá el cristiano asistir a la procesión ritual y al banquete que sigue a la ceremonia en el santuario, en donde se baila y se bebe vino en abundancia? 

Los días solemnes de fiesta nacional, que son numerosos, ¿podrá el cristiano evitar su asistencia a los grandes juegos del anfiteatro en los que la gente enloquecida aplaude ante la sangre humana que se derrama en los combates de gladiadores? No aparecer nunca por esos sitios, no hablar jamás de los espectáculos bochornosos que se ofrecen en el teatro, sería llamar la atención y sobre todo mostrar desprecio por los grandes ritos nacionales y situarse al margen de la vida ciudadana.

Sin embargo, los cristianos se interesan por la buena marcha de la ciudad. No es raro ver que aceptan el cargo de magistrados y que su gestión municipal se reconoce como una de las mejores. Pero también allí tienen que enfrentarse con problemas. Porque ser magistrado es en cierto modo ser el sacerdote de la ciudad, y no se realiza ningún acto importante sin recurrir a los dioses, sin una ceremonia con sacrificios. El cristiano que ocupa un cargo oficial en la ciudad, ¿tiene que negarse a ello? ¿Puede hacerlo?

Realmente la situación del cristiano no resulta nada cómoda, ya que es al mismo tiempo ciudadano y extranjero; es a la vez del mundo y no lo es; está ciertamente en una tierra que es su patria, pero apela a otra patria que es invisible; está arraigado de veras en su ambiente y caminando como peregrino hacia otra ciudad.