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LOS 4 JINETES DESTRUCTORES, LAS LANGOSTAS-ESCORPIONES Y LOS JINETES-CENTAUROS

Con el cordero que rompe los sellos y va revelando uno tras otro los secretos del libro, llega el anuncio de unos acontecimientos terribles con los que se hace saber a los creyentes que tendrán que atravesar tiempos de prueba en los que será difícil vivir y mantener la fe.  

 Esos acontecimientos trágicos, esas desgracias y esos cataclismos son los de todos los libros apocalíp-ticos. Los encontramos ya en el evangelio de Lucas (21, 10-12). Nuestra época podría añadir a ella los suyos: amenaza atómica, campos de exterminio, torturas, polución del medio ambiente, millones de personas hambrientas, pue-blos desplazados, apátridas, errantes por el mundo, echados de sus tierras, etc. 

En este mundo es donde tienen que vivir los cristianos y dar su testimonio. No tienen que hacerse ilusiones. Si la iglesia está segura de la victoria final de Cristo sobre las fuerzas del mal, camina como su maestro por el camino de la cruz. La fe de los discípulos ha de resistir sin dejarse extraviar ante las catástrofes del mundo. Esta es una de las grandes enseñanzas del Apocalipsis.

 Describamos brevemente algunos de estos cuadros de desgracias. Es célebre el de los cuatro jinetes destructores. Con la apertura de los cuatro primeros sellos, irrumpe una cuadriga: el primero de los jinetes, montado en un caballo blanco, se lanza a las guerras de conquista. Le sigue un jinete de caballo alazán, armado de una gran espada como para dividir a la humanidad en dos campos: símbolo quizás de las guerras civiles, de las luchas de partidos y de clases que hacen ver en los hermanos a unos enemigos. Viene luego un jinete en caballo negro, que lleva una balanza en la mano para indicar que se trata de un tiempo de hambre, cuando se pesan los víveres: "Un cuartillo de trigo por una jornada de trabajo". ¡Mal lo pasarán los pobres en ese caso! y tras él aparece un jinete sobre montura amarillenta, color de los cadáveres: su nombre es la peste. 

Con el sexto y séptimo sello, y más tarde con la serie de las "trompetas" (c. 8-9), llega el anuncio de las calamidades que destruyen el espacio vital del hombre: los terremotos, las montañas de fuego arrojadas al mar (en recuerdo quizás de la erupción del Vesubio en el año 79, que sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano), el eclipse de los astros, etc. Todas estas imágenes significan el fin de un mundo que debe dejar su sitio a otro nuevo y distinto, que luego se describirá. 

Otro cuadro famoso es el de la invasión de las langostas-escorpiones acorazadas cuya descripción es tan extravagante como una pesadilla. Atacan a los hombres, provocando con sus picaduras angustias que llevan a la locura y al suicidio. Esa plaga la origina una estrella caída (9,1), un ángel diabólico. Finalmente, llega la horda de jinetes-centauros que se dispersa por el mundo entero bañándolo en un lago de sangre (9, 13-19), alusión quizás a las invasiones bárbaras que quebrantaban el imperio romano. Pero cualquier identificación histórica es arbitraria. En esos cuadros hay que ver más bien símbolos que acontecimientos. Se trata de los sufrimientos y de los furores que desencadena sobre el mundo el pecado de los hombres. 

Desgraciadamente, a pesar de todas estas advertencias, los hombres en su conjunto no cambian de vida. No aprovechan esos plazos de la paciencia de Dios. Siguen adorando a sus falsos dioses y no se arrepienten ni de sus crímenes, ni de sus supersticiones, ni de sus libertinajes, ni de sus robos (9, 20-21).