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LAS IGLESIAS DE ÉFESO Y DE LA PROVINCIA DE ASIA EN LA TORMENTA DE LA PERSECUCIÓN, EL APOCALIPSIS

Por estos últimos años del siglo I, el emperador Domiciano, engreído de su autoridad, se hizo sumamente receloso. Se veía rodeado de enemigos e imaginaba todo tipo de complots contra el estado. Había hecho todo lo posible por aumentar su prestigio. Más que los demás emperadores, tenía pretensiones de divinidad y organizaba personalmente sus propias apoteosis. Hizo que le levantaran una estatua en el Capitolio y velaba para que no le faltasen sacrificios. Quería ser tratado como un dios y saludado como "señor dios" por toda la gente cuando aparecía en el Capitolio. Sus edictos comenzaban de este modo: "El señor y dios Domiciano quiere y ordena lo siguiente..." 

Sus predecesores no se habían hecho ilusiones sobre su pretendida divinidad. Veían solamente en ello una medida política de dominio y de unidad en el imperio, pero Domiciano tomó en serio su carácter divino. Su primo Flavio Clemente, convertido al cristianismo, se negó a sacrificar ante su estatua; fue ejecutado y su mujer Domitila condenada al destierro en la isla de Pandataria. Al saber que por oriente corría el rumor de que algún día el imperio del mundo caería en manos de un descendiente de David, dio orden de detener a cuantos de cerca o de lejos perteneciesen a la estirpe de los antiguos reyes de Jerusalén e hizo venir a Roma a los nietos de Judas, el primo de Jesús, que vivían en la comunidad de Pella en Galilea. 

Hasta entonces los cristianos no se habían preocupado mucho de las organizaciones terrenas llamadas a desaparecer; solamente les concedían la atención que se merecían, pues aguardaban con impaciencia la segunda venida de Jesús, que había de inaugurar el reino de Dios definitivo. Las pocas persecuciones que habían sufrido, como la de Nerón después del incendio de Roma, aunque terribles, habían sido locales y ocasionales; se debían de algún modo a la hostilidad de los judíos o a que algunos veían en ellos chivos expiatorios. Pero la venida de Cristo se hacía esperar y las realidades temporales se encargaban de señalar su presencia en la vida de cada día. Los cristianos tenían que vivir en aquel imperio romano que se arrogaba los derechos de Dios, y entonces el conflicto surgía irremediablemente. Domiciano encarnaba este orden político y exigía que se le tratase como a un dios; quería que se le amase y se le adorase; reclamaba el corazón y la conciencia de sus súbditos; pero ése es un terreno reservado para Dios y un cristiano no puede idolatrar al dios estado. 

Ante esta negativa, el imperio romano se levanta contra la religión de Cristo. Es el conflicto entre el cristianismo y César, conflicto que está llamado a durar mientras el mundo exista. Y los cristianos, en aquel final del siglo I, se sienten desamparados. ¿Los habría abandonado Jesús? 

 Pues bien, por esta época, en la provincia romana de Asia, con la capital en Efeso, en donde el culto imperial encuentra una seria oposición, cierto profeta llamado Juan, que es probablemente discípulo del apóstol Juan, se cree con la obligación de iluminar y alentar a los cristianos. Lo mueve a ello una visión y la inspiración de Dios. Desde Patmos, un islote perdido a 50 km. de distancia de la costa del Asia Menor, entre Rodas y Esmirna, adonde lo ha desterrado la persecución de Domiciano, escribe un documento prodigioso. Es el Apocalipsis. Quiere sobre todo devolver la confianza a los cristianos, asegurarles el triunfo definitivo del evangelio y de la causa de Cristo; quiere que se sientan vencedores a través de la historia del mundo. Para ello les manifiesta las grandes líneas misteriosas de la marcha de la iglesia a lo largo de los siglos, así como el sentido y el alcance de los acontecimientos contemporáneos, y lo hace con unos símbolos y unas imágenes convenidas, ya que su libro tiene que resultar incomprensible para los no iniciados en aquellos tiempos de persecución. 

El Apocalipsis de Juan se presenta así como un mensaje de aliento y de estímulo. Luego, los cristianos de todos los tiempos encontrarán en él una visión cristiana de la historia bajo un rayo luminoso que borra y deshace todas las manipulaciones humanas contra las cuales lucha y se va afianzando la iglesia de Jesucristo.