El Apocalipsis es un libro de enseñanzas de fe dadas de una manera especial. Una de esas enseñanzas es que el Señor conduce a su Iglesia, no por un camino triunfal, sino por el camino de la cruz. Puede conocer éxitos pasajeros, pero tiene que saber que no se le ahorrarán dificultades; conocerá las burlas, la indiferencia, el fracaso aparente, la persecución, el triunfo diabólico. Pero será entonces cuando sentirá que cerca de ella está Jesús. Otra enseñanza es la victoria segura de Cristo sobre el mal, sobre esas potencias espirituales satánicas que se ocultan detrás de tantas figuras de la escena mundial. El mal está a nuestro alrededor. Por medio de toda clase de ideologías, de estados-dioses, intenta imponerse a nosotros y gobernar nuestras conciencias. Y el mal está también en nosotros mismos: la línea que divide el mal del bien pasa por nuestro corazón. Con Cristo podemos vencer. Para terminar, hemos de volver a la gran figura de Cristo, serena y pacífica, tal como la vemos en el tímpano de algunas catedrales, dominando toda la agitación y la confusión del mundo que se mueve a nuestro alrededor. Es el "cordero" inmolado, pero resucitado, en pie sobre el trono de Dios. Arrastra en su destino a la muchedumbre de elegidos y al cosmos renovado, transfigurado. Es el "siervo doliente", para hablar con el profeta Isaías, vencedor del mal, no ya a costa de la sangre de los demás, sino por su propia sangre. Toma sobre sí el pecado del mundo, nuestro pecado, y con sus llagas nos cura a todos si aceptamos la curación. Es el "hijo del hombre", como en las visiones de Daniel; viene sobre las nubes del cielo a pronunciar el juicio del mundo y de cada ser humano. Es el "testigo fiel", el "verbo de Dios", como lo llaman el Apocalipsis y el evangelio de Juan ; sólo él puede enseñarnos quién es Dios, porque lo es él mismo y ha tomado un rostro de hombre para dárnoslo a conocer... En una palabra, se resume en él toda la Biblia. ¡Ojalá esta gran figura de Jesucristo se refleje en cada uno de los rostros de los creyentes llamados a dar testimonio de él! ¡y que su esperanza de la resurrección, su anhelo de un mundo nuevo y transfigurado, sea una espera segura y alegre! ¡Jesús viene! ¡Ya está aquí! |