El ejemplo más claro es el relato que se encuentra al principio de la Biblia (Génesis 1). Se trata de un texto elaborado y retocado por los sacerdotes y bastante moderno en su forma definitiva (siglo V a. C.), aunque se basa en tradiciones mucho más antiguas.
El relato sigue un esquema basado en la semana de siete días, recogiendo costumbres judías ya establecidas como la de descansar en sábado.
A partir de un caos húmedo y oscuro inicial, y obedeciendo al mandato divino, se van separando los elementos por parejas hasta que aparece el mundo ordenado como es ahora (ver recuadro al margen).
Lo decisivo en este relato es que Dios (aquí llamado Elohim) se vale como instrumento creador de su palabra, no de sus manos, aunque necesita una materia para que a partir de ella se formen todos los seres del mundo.
La idea de creación de la nada es muy posterior y no aparece en ninguno de los dos relatos bíblicos de creación.