5.1 - Fundamento de la solidaridad
Es derivación directa del concepto cristiano de persona: todos los seres humanos comparten el ser hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. Los hombres constituyen una unidad, lo que obliga moral y gravemente a todos a la cohesión y al servicio mutuo.
Es una exigencia evangélica grave. «Apartaos de mí malditos al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me distéis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo le vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos?, Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de es tos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo» (San Mateo, 25, 41-45).
El texto evangélico considera las dos dimensiones del hombre: hay una dimensión material de la solidaridad y otra de carácter espiritual. Ambas han de ser practicadas. La premisa es el reconocimiento de «la interdependencia, percibida como sistema interdependiente de relaciones»:... «su correspondiente respuesta como actitud moral y social y como "virtud" es la solidaridad» (Juan Pablo II, Laborem exercens, 38).
«De esta manera el principio que hoy llamamos de solidaridad y cuya validez, ya sea en el orden interno de cada nación, ya sea en el orden internacional, he recordado en la Sollicitudo rei socialis, se demuestra como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política. León XIII lo enuncia varias veces con el nombre de "amistad", que encontramos ya en la filosofía griega; por Pío XI es designado con la expresión no menos significativa de "caridad social", mientras que Pablo VI, ampliando el concepto, de conformidad con las actuales y múltiples dimensiones de la cuestión social hablaba de "civilización del amor"» (Juan Pablo II, Centesimus annus, 10).