2.9.2 - Laudato si (24-5-2015)
Francisco interpela a todos los hombres de buena voluntad sobre nuestra casa común. La tierra, maltratada y saqueada clama, y sus gemidos se unen a los de todos los abandonados del mundo. El Papa Francisco nos invita a escucharlos, llamando a todos y cada uno a una “conversión ecológica”. A lo largo de la encíclica, envía a todos un mensaje claro y esperanzado: “La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”; “el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente”; “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse”.
El Papa Francisco propone emprender un diálogo honesto a todos los niveles de la vida social, que facilite procesos de decisión transparentes. Y recuerda que ningún proyecto puede ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable, sugiriendo principios para crecer en esta dirección a nivel educativo, espiritual, eclesial, político y teológico.
El texto está atravesado por algunos ejes temáticos, vistos desde variadas perspectivas, que le dan una fuerte coherencia interna: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.”
El cambio climático; la cuestión del agua; la pérdida de la biodiversidad o la deuda ecológica, son problemas acuciantes a los que impresiona cómo hay una “debilidad de las reacciones” frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos positivos, señala “un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad”. Faltan una cultura adecuada y la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo, a la vez que urge “crear un sistema normativo que […] asegure la protección de los ecosistemas”.
Para afrontar esta grave problemática, el Papa Francisco relee los relatos de la Biblia, ofrece una visión general que proviene de la tradición judeo-cristiana y articula la “tremenda responsabilidad” del ser humano respecto a la creación, el lazo íntimo que existe entre todas las creaturas, y el hecho de que “el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos”.
Que el ser humano no sea patrón del universo “no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar” que lo caracteriza ni “tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad”. En esta perspectiva “todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana”, pero “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos”. Es necesaria la conciencia de una comunión universal: “creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, […] que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde”.
Francisco analiza la situación actual “de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas”, en un diálogo con la filosofía y las ciencias humanas, para llegar a una ecología integral, como nuevo paradigma de justicia, una ecología que “incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”. De hecho no podemos “entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida”. Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la economía y en la política, en las distintas culturas, en especial las más amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.