2.7 - Juan Pablo II y la dignidad humana
El hombre, sujeto de derechos y deberes, centro y fin de las realidades temporales, como señalaron Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, es el núcleo del Magisterio social de Juan Pablo II. Así se observa en LE, SRS y CA. En todas y cada de una de las Encíclicas sociales del Beato Juan Pablo II late la misma pregunta sobre el hombre. De hecho, este interrogante quedó ya perfectamente perfilado en su primera Encíclica Redemptor Hominis. En 1979, el Papa invitaba al hombre a preguntarse por sí mismo ―en toda su verdad―, en su plena dimensión. Sólo así podemos descubrir las formas de no- verdad que, resultado de una concepción antropológica errónea, ponen en riesgo el ideal de vida buena.
No se trata del hombre “abstracto” sino real, del hombre “concreto”, “histórico”. Se trata de “cada” hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este ministerio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.
El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que “el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma”. El hombre tal como ha sido “querido” por Dios, tal como Él lo ha “elegido” eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente “cada” hombre, el hombre “más concreto”, el “más real”; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre.
Juan Pablo II desarrolla así la tesis sobre la que Juan XXIII (1958-1963) edifica su Encíclica Pacem in Terris: Todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto.
Dignidad humana, Bien Común y Derechos humanos son, pues, los tres elementos indispensables para la constitución de un orden humano verdadero. Porque (...) allí donde los derechos y deberes se corresponden y refuerzan mutuamente, enseña Juan Pablo II, la promoción del bien del individuo se armoniza con el servicio al bien común. Esta concepción del hombre nos lleva a reconocer a nuestros semejantes como miembros de una misma comunidad de origen y sujetos de los mismos derechos fundamentales e inalienables El reconocimiento de nuestra humanidad común o virtud de la solidaridad se constituye, advierte Juan Pablo II, como el único proyecto viable de libertad, justicia y paz. Dicho de otro modo, la solidaridad es la virtud cristiana con fuerza suficiente para establecer un nuevo modo de relaciones intersubjetivas al que el Papa denomina solidaridad social de todos.