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2.5 - El Concilio Vaticano II y el giro antropológico

La Constitución Pastoral Gaudium et Spes (8-12-1965), se sitúa en un contexto cultural caracterizado por:

  • El fortalecimiento de la democracia,
  • La constitucionalización jurídico-política de los derechos humanos,
  • La mundialización de la cuestión social,
  • El cierre de los procesos de independencia colonial,
  • La guerra fría,
  • La promulgación de una normativa internacional de protección de los derechos y las libertades fundamentales del hombre, y
  • La constitución de una comunidad internacional organizada en instituciones encargadas de velar por la paz.

La aniquilación del hombre y su dignidad hizo que los primeros pasos tras la II Guerra Mundial se encaminaran a construir un orden de relaciones pacíficas de convivencia basadas en la proclamación de la noción jurídica de la dignidad intrínseca de la persona y el deber de los Estados soberanos de respetar los derechos humanos. Este proceso contribuyó, tal y como el Magisterio de la Iglesia ha confirmado, a que la segunda mitad del siglo XX fuera testigo de una creciente conciencia de la dignidad humana y de la necesidad de su protección. A ello responde la convicción universalmente aceptada de que todos los hombres pertenecemos a una misma comunidad de origen y participamos de una naturaleza humana común. La Iglesia así lo proclama cuando enseña que la comunidad de origen, de redención cristiana y fin sobrenatural es el principio último en el que se sustenta la igualdad radical de todos los hombres. Estas aspiraciones, como recogió el Concilio, confirman el giro humano que tras la II Guerra Mundial quedó plasmado, aunque no sin contradicciones, en

  • La convicción de que el hombre es capaz de actuar conforme a su criterio y libertad responsable (GS 16-17).
  • La demanda de un orden político al servicio del hombre que permita a cada uno afirmar y cultivar su propia dignidad (GS 9, 27).
  • La exigencia de un orden jurídico que limite el poder político y garantice la inmunidad de coacción con relación a los bienes del espíritu.

El Concilio, como declara Gaudium et Spes, se propuso enlazar las citadas aspiraciones universales de la humanidad con su fuente divina (GS 9) y contribuir así a su purificación. ¿Qué piensa del hombre la Iglesia? ¿Qué criterios fundamentales deben recomendarse para levantar el edificio de la sociedad actual? ¿Qué sentido último tiene la acción humana en el universo? He aquí las preguntas que aguardan respuesta. Esta hará ver con claridad que el Pueblo de Dios y la humanidad, de la que aquél forma parte, se prestan mutuo servicio, lo cual demuestra que la misión de la Iglesia es religiosa y, por lo mismo, plenamente humana. Ésta es la contribución positiva que la Iglesia hace al mundo con el que comparte la siguiente verdad fundamental: Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos (GS 12). A partir de aquí, el Concilio declara:

  • El hombre, a la luz de la Revelación divina, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, con capacidad para conocerle y amarle (GS 12).
  • La naturaleza humana, racional y libre, es sociable y necesitada de comunión con sus semejantes (GS 12, 15).
  • La vida humana está caracterizada por la tensión entre el bien y el mal, como reflejo del pecado que debilita la capacidad humana para alcanzar la realidad inteligible con verdadera certeza (GS 13, 15).
  • La conciencia es el sagrario en el que el hombre, a solas con Dios, descubre la existencia de una ley inscrita en su corazón, en cuya obediencia consiste su dignidad, que le advierte que debe amar, practicar el bien y evitar el mal (GS 16).
  • La fidelidad a la conciencia une a los cristianos con los no cristianos en la búsqueda de la verdad para resolver los enormes problemas morales que el hombre tiene planteados (GS 16).
  • El predominio de la recta conciencia es garantía de seguridad de la persona frente a la arbitrariedad (GS 16).
  • La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, movido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa (GS 17).