Tabú es una palabra polinesia que puede traducirse como «sagrado», pero también como «maldito», «aislado», «prohibido» o «peligroso», en resumen, aquello con lo que no se puede entrar en contacto o, si se hace., deben hacerlo sólo algunas personas y cumpliendo unos requisitos muy exigentes.
Entre los primitivos es muy abundante la presencia de tabúes: una persona, un lugar o un alimento (por ejemplo) pueden ser tabú, y pasan a serlo todas las cosas con las que ha estado en contacto.
La fe en la fuerza del tabú puede incluso tener efectos físicos. Lo podemos ver en estos ejemplos, citados por Sigmund Freud en su obra Tótem y tabú (quien a su vez los toma de La rama dorada, de J. Frazer):
«Un jefe de Nueva Zelanda... abandona un día, en la calle los restos de su comida. Un esclavo joven, robusto y hambriento que los ve al pasar, se apresura a comerlos, pero en cuanto ha acabado el último bocado, un espectador asustado le advierte del crimen que acaba de cometer y el esclavo, que era un guerrero fuerte y valeroso, cae por tierra ante el anuncio de su culpabilidad, es presa de terribles convulsiones y muere al anochecer del día siguiente...
»El eslabón de un jefe maorí causó una vez la muerte de varias personas. El jefe lo había perdido; otros lo recogieron y se sirvieron de él para encender sus pipas. Cuando averiguaron quién era el propietario del eslabón, murieron todos de miedo».
La existencia de objetos (o personas) tabú es signo del reconocimiento de dos tipos de realidad: la de lo que no es tabú, que pide un trato normal («profano»), y la de lo que está separado del resto y es, por ello, algo prohibido y peligroso («sagrado»).
El tabú es, por tanto, la forma más corriente de reconocer, en las religiones primitivas, la realidad de lo sagrado.