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UNA RELIGIÓN NO ES UNA MORAL

Esta afirmación viene a decir que puede darse una moral no religiosa o una moral sin religión y sin Dios. De hecho, sucede así. Hay hombres sin religión que, sin embargo, tienen una moral y, a veces, muy estricta. Hay también colectividades, sociedades humanas, oficialmente sin religión, pero que tienen indudablemente una moral. Podemos pensar en lo que sucedía por ejemplo en los países del área comunista. En otras palabras, se da, de hecho, una moral sin vinculación alguna con una fe religiosa.

La cuestión que aquí nos planteamos puede ser abordada teóricamente y puede serlo también históricamente. Lo haremos, de forma breve, en la perspectiva histórica, ya que es menos abstracto y más fácilmente perceptible, pero en la seguridad de que el planteamiento histórico saca bien a la luz los problemas que aquí se debaten: delimitar con claridad lo que es religión y lo que es moral, la necesidad de hallar un fundamento para la obligación moral y, finalmente, comprender nuestro mundo. 

En épocas antiguas: Nos referimos, más o menos, a la historia que va desde épocas inmemoriales hasta el siglo XVIII. En la apreciación de la gente, la moral y la religión marchaban juntas, estrechamente unidas. En Occidente, que es el campo histórico en el que nos fijamos, la fe cristiana uniformaba la sociedad, inspiraba los valores y, de acuerdo con ellos, las leyes que regían la sociedad. Todos participaban de una misma fe, de modo que es comprensible que la marcha de la sociedad reflejara una inspiración cristiana de fondo. 

A partir del siglo XVIII, aproximadamente, la situación cambia. La uniformidad cristiana de la sociedad pierde terreno y paralelamente comienza a surgir un orden moral y social que se va alejando progresivamente de la inspiración cristiana inicial. La posibilidad de establecer un orden moral desligado de la religión y de Dios pasa de lo posible, teóricamente hablando, a lo factible y realizable. Surgen así morales en las que la creencia en Dios deja de desempeñar un papel fundamental. 

Esto no sucede sin grandes conflictos teóricos y racionales, a nivel de la persona y también de la sociedad. La célebre frase de Dostoyevski: "Si Dios no existe, todo me está permitido", es un reflejo de la crisis vivida por muchos espíritus y por la sociedad misma. Tal frase, al margen de lo que hayan podido ser las convicciones personales del novelista ruso, puesta en boca de varios de sus personajes, no hacen sino reflejar las incertidumbres y las crisis vividas por muchas personas cuando se enfrentaron con el problema de cómo fundar un orden individual y social, cuando, a causa del retroceso de lo religioso, todo parecía quedar a la deriva. 

La situación actual es, en cierto modo, más equilibrada: de un lado, la moral de inspiración religiosa sigue viva en el mundo, contra lo que muchos creían en el siglo XIX, cuando se anunciaba el final de la era religiosa de la humanidad. La presencia cristiana en el mundo, por ejemplo, como podemos constatar, sigue siendo fuerte, y es el cristianismo el que sigue inspirando a muchos cientos de millones de personas que ven en su fe en Dios el principio de todo valor y en Jesucristo el modelo de persona al que intentan aproximarse. Algo parecido sucede con otras religiones. Podríamos hacer un recorrido detallado de la situación que se da en cada una de ellas, pero esto sería en exceso prolijo. Los datos que aportan las religiones nos hacen ver, por sí solos, cómo cada religión lleva siempre consigo una moral. Deducimos que existen tantas morales de inspiración religiosa cuantas son las religiones.

Paralelamente tenemos que reconocer que se dan morales no religiosas, es decir, que no se inspiran en religión alguna. Tales morales existen también. En nuestro mundo occidental se da sin duda una moral de inspiración cristiana, pero ello no quiere decir que la moral de nuestros contemporáneos se guíe de forma general por el cristianismo. Determinadas corrientes filosóficas de pensamiento, por ejemplo, el existencialismo, proclama una moral sin referencia alguna a Dios, es más, Sartre llega a afirmar que la simple existencia de Dios privaría al hombre de su libertad más radical, por ser Dios quien señalaría al hombre el objetivo y la meta de su existencia, con lo que el hombre no sería libre para proponerse y realizar el ideal de hombre que quiere llegar a ser.

La conclusión a la que llegamos, después de este análisis de lo que sucede, es precisamente el punto de partida: conviven en nuestro mundo dos formas de moral, una que se inspira en una religión y otra no religiosa. No intentamos valorar aquí todo esto, lo único que intentamos es constatar lo que sucede y que nos lleva a la afirmación inicial: una religión no es una moral.