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CONSTATACIONES BÁSICAS

El documento del Concilio subraya los aspectos más importantes de lo que constituye la experiencia humana de la dimensión moral. 

"En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello."

(Concilio Vaticano II. Gaudium el Spes, nº 16)

Contiene este fragmento una breve descripción de lo que es el fenómeno de la conciencia y de lo que hemos venido llamando el imperativo moral en su expresión más simple.

Merece que insistamos en un punto: la frase, "el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo", tiene el valor de una constatación acerca de la existencia de esa ley (ley tiene aquí el sentido de imperativo moral) con la que el hombre, por el hecho de serlo, se encuentra en la profundidad de su ser. Tal ley no nos la imponemos a nosotros mismos por un acto de voluntad, nos encontramos con ella, la descubrimos en nosotros mismos. Hay que subrayar este aspecto.

El segundo fragmento que queremos citar del documento del Concilio dice así: 

"La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes." 

(Concilio Vaticano II. Gaudium el Spes, nº17)

Centraremos aquí nuestra atención sobre las siguientes expresiones: 

La dignidad humana. Pertenece a la dignidad humana que el hombre actúe de acuerdo con el dictamen de su conciencia. Hacer lo contrario sería indigno del hombre. Una actuación así no puede tener otra base que la convicción íntima de la persona que sabe que, al seguir el dictamen de la conciencia, actúa rectamente. El punto de referencia último no puede ser otro que la propia racionalidad del hombre.

No se trata de un ciego impulso interior. Habíamos hablado con anterioridad de que el imperativo ético no puede identificarse con un instinto, porque el instinto es irracional en su origen. La expresión del Concilio viene a decir lo mismo, aunque de otra forma. En todo momento, como es fácilmente observable, el Concilio toma al hombre en su totalidad humana: ser físico y corporal, ser racional, ser dotado de una voluntad y sentimientos.

Tampoco es una mera coacción externa o social. El imperativo moral no brota de la presión que la sociedad ejerce sobre nosotros. El imperativo moral va de dentro hacia fuera, y no inversamente. Este rasgo es constatable en nuestra propia experiencia personal: sabemos todos que hay algo en nuestro interior que nos impulsa en la dirección de lo bueno y de lo justo, independientemente de las normas que una sociedad pueda imponer a los individuos. Son estos los rasgos más característicos e importantes también presentes en el documento que estudiamos.