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MORAL CRISTIANA Y REINO DE DIOS

El fundamento y los principios inspiradores de la moral cristiana son luminosos. Tenemos ahora que tratar de ensamblar los elementos que hemos analizado en Temas anteriores acerca de la fe cristiana, buscando una visión global que nos haga comprender el conjunto. Iremos por partes.

Sabemos que el mensaje de Jesús se centraba en el anuncio del reinado de Dios. Es evidente que el anuncio y realización del reinado de Dios en su etapa histórica tiene mucho que ver con la moral. 

En el centro de la moral cristiana está la persona: Queremos decir con ello que el ser humano, como tal, ocupa el lugar central. Es fácil de comprender: si Dios es un ser personal que ama y ofrece su salvación al hombre, a cada hombre, es este el objeto privilegiado de la predilección divina, en otras palabras, el ser humano es lo más importante.

Por otra parte, si miramos las cosas en la perspectiva del reinado de Dios anunciado por Jesús, nos daremos cuenta de que cuando Jesús anuncia su mensaje a los pobres y abandonados, lo que está haciendo es revalorizar la persona humana, allí donde ésta ha sido más humillada y hundida. No puede haber otra razón que el amor de Dios o Dios como Amor, que se refleja en la actuación y en las palabras de Jesús. Pero veamos ahora las cosas de otra forma. 

La moral cristiana se guía por una nueva jerarquía de valores diferente de la que domina, de hecho, en el mundo. Critica severamente los valores que rigen la marcha de la sociedad humana y los considera inhumanos porque destruyen al hombre y se oponen al plan de Dios sobre la persona y sociedad humanas. El ansia de riqueza a la que todo se sacrifica, el afán de poder y de dominar o la pasión por ser siempre los primeros y lograr un prestigio social único, deshumanizan a la persona que los busca a costa de todo y siembran la infelicidad en torno a ella. Una moral que se inspira en tales valores es antihumana y también anticristiana.

La nueva escala de valores propuesta por Jesús cambia el orden de prioridades: viene a decirnos que no es el tener lo que importa, ni el dominar, ni el ser bien visto, sino el ser, esto es, el ser un ser plenamente humano, el poner todo al servicio de la persona. Las consecuencias para el propio hombre son profundas: se vislumbra un tipo de felicidad que no pueden dar las cosas ni los éxitos sociales. Se intuye también un tipo de sociedad humana dominada por la igualdad, la fraternidad y la libertad, pero de forma mucho más profunda de lo que intuyeron aquellos hombres de la Revolución Francesa que, en el siglo XVIII, proclamaron estos ideales. 

"Les propuso Jesús una parábola:

- Las tierras de un hombre rico dieron una gran cosecha. Él estuvo echando cálculos: "¿Qué hago? No tengo dónde almacenarla."

Y entonces se dijo:

- Voy a hacer lo siguiente: derribaré mis graneros, construiré otros más grandes y almacenaré allí el grano y las demás provisiones. Luego podré decirme: "Amigo, tienes muchos bienes almacenados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida."

Pero Dios le dijo:

- Insensato, esta noche te van a reclamar la vida. Lo que te has preparado, ¿para quién será?

Eso le pasa a quien amontona riquezas para sí pero no es rico delante de Dios." 

(Lc 12,16-21)