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LA VISIÓN RELIGIOSA DE LA MORALIDAD

Llegamos ahora al punto central de nuestra búsqueda: se trata de ver cómo es en la religión o en Dios donde la obligación moral puede hallar su fundamento y su razón. El Concilio Vaticano II ha sido muy preciso a este respecto y cualquier hombre religioso, cristiano o no, puede aceptar sus palabras. 

"El hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas Con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo" 

(Concilio Vaticano II. Gaudium el Spes, nº 16)

La voz de la conciencia es voz de Dios. Tal es la afirmación esencial de este texto. Sabe todo creyente que no se encuentra delante de un Dios que impone arbitrariamente su voluntad al hombre, con independencia de lo que el hombre estime como justo y bueno. La voluntad divina es vista de otra forma, como acción divina en el interior del ser humano. Se da, pues, una coincidencia entre lo que Dios quiere del hombre y a lo que el hombre aspira como más acorde con su propia esencia humana: el bien, la justicia, el amor, en una palabra. 

Se rompe la disyuntiva entre autonomía y heteronomía. Voluntad divina y autonomía humana dejan de oponerse. El resultado de una visión como ésta de la moralidad es profundamente sugerente: la obediencia a Dios deja de ser un acto ciego de sometimiento a un Ser lejano y ajeno al hombre y se transforma en un acto plenamente humano en el que el hombre sabe que está obedeciendo a Dios cuando obedece a lo más auténticamente humano que hay en sí mismo. 

La moralidad encuentra así su fundamento último. Se trata de la cuestión final acerca de la raíz en la que descansa la obligatoriedad del dictamen de la conciencia, esto es, de lo que hemos llamado el imperativo moral. Se nos venía planteando insistentemente a medida que avanzábamos en el análisis de la moralidad. El creyente sabe que, sin contradecirse a sí mismo, sin renunciar a ninguna de sus aspiraciones humanas más legítimas, la obligación moral de seguir el dictamen de su conciencia tiene un fundamento y una razón última, pues descansa en Dios por ser la voz de Dios la que oye en la hondura de su propio ser de hombre.