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PARA SABER MÁS

mitología y doctrina del maniqueismo

Mani predicó en Irán en el siglo III d. C. No sabemos demasiado sobre su vida, pero sí tenemos unos cuantos datos significativos: era cojo de nacimiento, creyó recibir revelaciones divinas a los doce y veinticuatro años (sentirse «elegido de Dios» puede ser una compensación psicológica por algún defecto que hace que uno se vea inferior a los demás), viajó a la India y, a su vuelta, fue apoyado por el rey Sapor I. Durante unos treinta arios la religión maniquea se propaga por todo el imperio persa, como religión oficial. Tras la muerte de Sapor I, Mani cae en desgracia, es acusado y muere martirizado (al parecer agobiado y medio aplastado por el peso de las cadenas con que le sujetaron manos, pies y cuello; según otras versiones, crucificado, decapitado, despellejado, etc.).

Lo esencial de la doctrina maniquea está contenido en dos fórmulas: los dos principios y los tres momentos.

Los dos principios

Existen, desde toda la eternidad, dos seres o realidades de naturaleza absolutamente diferente y opuesta: Luz y Oscuridad (bien y mal, el espíritu y la materia). En cada uno de los dos reinos, un dios: el Padre de la Grandeza (Dios) y el Príncipe de la Oscuridad (Ahrimán o el Diablo).

Los tres momentos

Son el momento anterior, el momento intermedio (o actual) y el momento ulterior.

En el tiempo anterior la luz y la oscuridad forman dos reinos separados por una frontera. Debido a un «movimiento desordenado» de la materia el Príncipe de la Oscuridad se acerca a la frontera de su reino y, al ver la luz, siente deseos de conquistarla.

El tiempo intermedio comienza con el ataque de las tinieblas contra la luz. El Padre produce entonces a la Madre de la Vida, quien a su vez engendra al Hombre Primordial, que desciende a luchar contra las tinieblas, pero es vencido y devorado por los demonios.

Tras la derrota del Hombre Primordial, el Padre produce al Espíritu Vivo, quien libera al Hombre Primordial tomándolo de la mano y alzándolo hacia la luz. Derrota a los demonios y, con sus despojos, crea el mundo: el cielo con su piel, las montañas con sus huesos, la tierra con su carne y excrementos... También crea el Sol, la Luna y las estrellas con la luz que libera de la materia demoniaca.

Pero todavía queda luz aprisionada en la materia y contenida en el semen de los demonios. Éste, al caer sobre la tierra, la fecunda y produce los vegetales: su naturaleza luminosa se demuestra por el hecho de buscar la luz (fototropismo).

Otros dos demonios (macho y hembra) devoran toda la luz que pueden y posterior-mente se emparejan, engendrando a Adán y Eva. El hombre es, por lo tanto, una creación diabólica, pero que encierra una chispa de luz o de divinidad que pide ser liberada de su cárcel material.

Finalmente, en el tiempo ulterior luz y tinieblas volverán a separarse: el mundo arderá durante mil cuatrocientos sesenta y ocho arios, y en este incendio serán liberadas todas las partículas de luz que queden en él; la materia, ya desprovista de toda luminosidad, se contraerá en una especie de masa; después, será arrojada a una fosa junto con los diablos y los condenados, y esta fosa será sellada para siempre.

Normas y rituales maniqueos

Los maniqueos practicaban una ascesis rigurosa para liberar a la luz de su prisión, la materia. Desaconsejaban el matrimonio y la procreación, ya que perpetuaba el cautiverio de la luz (transportada en el semen) en cuerpos materiales. Y seguían una dieta vegetariana, ya que, como hemos visto, las plantas (nacidas del semen de los demonios) eran depósitos vivos de luz, que al ser ingerida era separada de la materia y liberada.

Según los maniqueos, las fases lunares marcan el ritmo en la liberación de la luz hacia el mundo superior inmaterial: en los primeros catorce días, las partículas de luz ascienden hacia la Luna hasta que ésta se convierte en luna llena; después, estas partículas de luz son transferidas de la Luna al Sol hasta que concluye el mes lunar y comienza de nuevo el ciclo.

La salvación consiste en el conocimiento de la naturaleza luminosa del alma humana, conocimiento que lleva al hombre a separar el alma de la materia. En este camino los rituales son inútiles, aunque ciertos gestos como «darse la mano» (que recordaba la mano que el Espíritu Vivo tendió al Hombre Primordial para rescatarlo de la oscuridad) acompañaban las oraciones y cánticos de los maniqueos.

               

 

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