EL TEMPLO
El centro espiritual de la religión seguía siendo el templo de Jerusalén, edificio grandioso reconstruido con magnificencia y suntuosidad por el rey Herodes. Era el lugar de mayor fuerza convocatoria: hasta los judíos que vivían fuera de su tierra sabían que en aquel espacio sagrado Yavé se hacía más cercano.
Cada mañana y cada tarde los sacerdotes hacían las ofrendas del incienso y del cordero, y miles de creyentes acudían allí para unirse a la plegaria de sus representantes. En las grandes solemnidades, y sobre todo en la de Pascua, la ciudad se abarrotaba de forasteros y peregrinos, y los atrios de la gran explanada, que rodeaban el santuario, hervían de fervor religioso.
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