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RECONCILIACIÓN

Es el sacramento del perdón que Dios ofrece al hombre, por ello es más adecuado denominarlo de la "reconciliación" que "penitencia", pues esta última es sólo una parte de la celebración y ni siquiera la más importante.

Dios creó la persona libre y le dio poder de escoger entre el bien y el mal. La persona comete pecado cuando, consciente y libremente, atenta contra el amor de Dios y el amor a los demás. Para que exista el pecado son necesarias unas condiciones (si se nos permite hablar así): conocimiento de lo que se hace, libertad para llevarlo a cabo y algo que atente contra Dios o los herma­nos y hermanas (la teología católica tradicional llama a este tercer elemento «la materia» del pecado). 

rembrandtLa conversión pasa, en primer lugar, por el reconocimiento de la culpa cometida. Cuando la persona es consciente del mal que ha hecho y desea de corazón repararlo, inicia el camino de la conversión, que no es otro que el de acercarse a Dios y a los hermanos. Dios siempre tiene las manos abiertas para acoger. 

La Palabra de Dios indica las actitudes que el seguidor de Jesús ha de tener en su vida. El creyente analiza sus actos y los confronta con la volun­tad de su Señor. Cuando la persona se da cuenta de su alejamiento de Dios, toma conciencia de su propio pecado. 

Jesús, durante su vida pública, perdonó los pecados a todos los que se presentaban delante de él con fe y arrepentimiento. Después de la resurrección, se presentó delante de los apóstoles y les concedió, a ellos y a sus sucesores, el poder de perdonar los pecados. 

La confesión personal se hace delante del sacerdote, que representa a Cristo y a la Iglesia. El pecado es un mal que se hace a Dios y a la comuni­dad creyente, y la confesión del pecado se hace delante de aquel a quien Jesús dio la potestad de perdonar y que representa la comunidad. El sacer­dote, en nombre de Cristo, acoge a quien se siente pecador, como un padre recibe a su hijo alejado, a quien reconoce su culpa y quiere volver a la casa del Padre. 

El sacerdote pide a Dios que conceda al penitente el perdón y la paz. Después hace con la mano la señal de la cruz como signo de perdón mientras dice: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». 

Cuando aparece en la conciencia el mal que comporta el pecado, no se desea volver a caer, y esta voluntad se expresa en obras. La penitencia que el confesor impone no debe entenderse como una reparación del mal hecho, sino una manifestación de que la conversión ha sido sincera.

Este sacramento se ha celebrado de distintas formas a lo largo de la historia y en los últimos años se están buscando otras fórmulas celebrativas más allá de la mera confesión individual.