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El Himno de la perla

   El Himno del Alma. Acto IX, Capítulos 108-113 de los Hechos de Tomás Ediciones digitales sin ánimo lucrativo. Serie Textos del Cristianismo Primitivo. 1ª Edición: octubre 2014:

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   (Se encuentra en los apócrifos Hechos del apóstol Tomás)

  Hans Jonas, La religión gnóstica. El mensaje del Dios Extraño y los comienzos del cristianismo, Ediciones Siruela, Madrid 2000 (Original: Beacon Press, Boston 1958), 146-148. 

  Cuando era niño y moraba en el reino de la casa de mi Padre y me solazaba en la riqueza y el esplendor de mis educadores, mis padres me ordenaron que abandonara Oriente, nuestro hogar, y me entregaron provisiones para hacer el viajes. De las riquezas de nuestra casa teso­ro me ataron un peso: grande era, y sin embargo ligero, de forma que pudiera llevarlo solo... Me quitaron el vestido de gloria que por amor me habían hecho, y mi manto purpúreo, tejido para que se adaptase exactamente a mi figura, e hicieron un pacto conmigo, y lo escri­bieron en mi corazón para que no lo olvidara: “Cuando desciendas a Egipto y traigas la Perla Única que yace en medio del mar, que está custodiada por la serpiente sibilante, volverás a ponerte tu vestido de gloria y tu manto encima de éste y con tu hermano, el que nos sigue en rango, serás heredero de nuestro reino”.

  Dejé Oriente y emprendí mi camino descendente, acompañado por dos enviados reales, ya que el camino era peligroso y duro y yo era joven para un viaje como aquél; dejé atrás las fronteras de Maishan, las plazas de los mercaderes de Oriente, y llegué a la tierra de Ba­bel y crucé los muros de Sarbúg. Seguí mi camino hasta Egipto, y mis compañeros se separaron de mí. Me dirigí directamente hacia donde estaba la serpiente y me establecí cerca del lugar donde moraba espe­rando que cayera en un sopor y se durmiera, de forma que yo pudie­se tomar la Perla de ella. Como yo era uno y mi sola compañía, era un extraño para los compañeros que moraban conmigo. No obstante, vi allí a uno de los de mi raza, un joven noble y bien parecido, hijo de reyes (Lit. “ungidos”). Éste se unió a mí y yo le convertí en deposi­tario de mi confianza y le expuse mi misión. Yo [¿él?] le advertí [¿me advirtió?] contra los egipcios y contra el contacto con los sucios. Sin embargo, me vestí con las ropas de éstos para que no sospecharan de mí, como de alguien que venía de fuera para llevarse la Perla, y no levantaran a la serpiente en contra mía. Pero algo hizo que notaran que yo no era un campesino y se enfrentaron a mí, y me mezclaron [be­bida] confundiéndome con su astucia, y me dieron a probar su carne; y me olvidé de que era hijo de rey y serví a su rey. Olvidé la Perla a causa de la cual mis padres me habían enviado. La pesadez de su ali­mento me hizo caer en un profundo sueño.

  De todo esto que me sucedió mis padres tuvieron noticia y se en-tristecieron por mí. Se proclamó por nuestro reino que todos acudie­ran a nuestras puertas. Y los reyes y grandes de Partia y todos los no­bles de Oriente urdieron un plan para que yo no permaneciera en Egipto. Y me escribieron una carta, y cada uno de los grandes la fir­mó con su nombre. 

  De tu padre, el Rey de Reyes, y de tu madre, señora de Oriente; y de tu hermano, el que nos sigue en rango, hasta ti, nuestro hijo en Egipto, lle­gan saludos. Despierta y levántate de tu sueño, y atiende a las palabras de nuestra carta. Recuerda que eres el hijo de un rey: contempla a quien has servido en cautiverio. Presta atención a la Perla, por cuya causa fuiste envia­do a Egipto. Recuerda tu vestido de gloria, acuérdate de tu espléndido man­to, para que puedas vestirlos y engalanarte con ellos y que tu nombre pueda leerse en el libro de los héroes y te conviertas, junto con tu hermano, en nuestro sucesor, heredero de nuestro reino. 

  Como un mensajero fue la carta que el Rey había sellado con su mano derecha contra los malignos, los hijos de Babel y los demonios rebeldes de Sarbúg. Se levantó en forma de águila, el rey de todas las aves aladas, y voló hasta posarse junto a mi convertida en palabras de un mensaje. Con el sonido de su voz me desperté y me levanté de mi sueño, la tomé en mis manos, la besé y rompí su sello, y leí. Recordé que era un hijo de reyes y que mi alma, nacida libre, deseaba a los de su clase. Recordé la Perla por la cual había sido enviado a Egipto, y comencé a encantar a la terrible y sibilante serpiente. La encanté has­ta dormirla nombrándole el nombre de mi Padre, el nombre del que nos sigue en rango y el de mi madre, la reina de Oriente. Tomé la Per­la y me dispuse a regresar a la casa de mi Padre. Del ropaje sucio e im­puro de ellos me desprendí, y lo dejé atrás en su tierra, y busqué un camino queme llevara a la luz de nuestra tierra, Oriente.

  La carta que me había despertado encontré ante mí en mi .camino, e igual que me había despertado con su voz, así me guió con su luz, que brillaba ante mí, y con su voz alentó mi valor, y con su amor me condujo. Fui hacia delante... Mi vestido de gloria, que me había qui­tado, y el manto que lo cubría, mis padres... los enviaron para mí por los tesoros que guardaban. De su esplendor me había yo olvidado, ha­biéndolo dejado en la casa de mi Padre cuando era un niño. Al con­templar ahora el vestido, me pareció que se transformaba en imagen de mí mismo reflejada en un espejo: a mí mismo, entero, veía en él, y a él, entero, veía en mí mismo; que éramos dos, separados, y sin em­bargo uno en la igualdad de nuestras formas... Y la imagen del Rey de reyes se repetía por todo él... También vi temblores por todo él, movimientos de la gnosis. Vi que estaba a punto de hablar y percibí el sonido de sus canciones que murmuraba en su camino descenden­te: “Yo soy el que actuaba en los actos de aquel por quien fui educa­do en la casa de mi Padre, y en mí mismo percibo cómo creció mi es­tatura por su esfuerzo». Y con sus regios movimientos se vierte a sí mismo fuera de mí, y de las manos de sus portadores me insta a to­marlo; y a mí también mi amor me urgió a correr hacia él y a recibir­lo. Y tendí mis brazos hacia él y lo tomé y me engalané con la belle­za de sus colores. Y me cubrí con el manto real por entero. Cubierto por él, ascendí a la puerta del saludo y de la adoración. Incliné mi ca­beza y adoré el esplendor de mi Padre que lo había enviado hasta mí, cuyos mandatos yo había cumplido, igual que él había cumplido las promesas que hiciera... Me recibió con alegría y yo me encontré con él en su reino, y todos sus sirvientes le alabaron a coro, porque había prometido que yo viajaría a la corte del Rey de reyes y, después de ha­ber traído mi Perla, aparecería junto a él.