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El reino de Dios, utopía del amor

El proyecto de una humanidad ideal sólo es posible si los hombres abandonan sus tendencias egoístas y se deciden a vivir amándose unos a otros. Lo que corrompe las relaciones humanas, lo que hace imposible la fraternidad, es absolutizar el propio yo y hacerse indiferentes a las necesidades de los demás. Por eso, al vislumbrar los profetas la época del Mesías, han anunciado que se arrancaría a los hombres el corazón de piedra y se les daría un corazón de carne (Ez 36,26).

Jesús coloca el amor en la cima de todos los valores humanos. No se limita a repetir las consignas del Antiguo Testamento, sino que imprime a la vivencia de la fraternidad una dimensión nueva. El amor al prójimo debe ser universal y abarcar a todos, sin discriminar a nadie; ha de ser desinteresado, sin buscar la recompensa, y tan generoso que no tenga más límites que las necesidades ajenas y las posibilidades propias. Quien ama así está construyendo una nueva humanidad en la tierra y se hace merecedor del reino de Dios.