LOS MILAGROS DE JESÚS

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Los milagros y la fe

La correcta comprensión de los milagros exige que sepamos situarlos siempre en el terreno de la fe. En este punto vamos a hacernos dos preguntas.

Primera: ¿hace falta la fe para que se dé el milagro? Los evangelios ponen los milagros de Jesús en relación con la fe. Si ésta falla, como ocurrió con los habitantes de Nazaret, Jesús no hace milagros. A menudo los milagros son la respuesta de Jesús a una petición que le hace el mismo interesado, o alguien cercano a él. Quien hace esta súplica ya está mostrando en ella su fe, aunque sea débil e imperfecta. El ciego de Jericó que le pide a Jesús poder ver; el leproso que implora la curación de su piel; la cananea que insiste en favor de su hija; la hemorroísa que se acerca a tocarle el vestido son personas que tienen fe. Al terminar no es raro que Jesús diga: "tu fe te ha curado".

Segunda: los milagros, ¿suscitan la fe en Jesús? Matizaremos la respuesta. Como sucede con otros signos, también en los milagros hay una cierta ambigüedad. Por esta razón hay posturas muy dispares en los judíos que presencian los prodigios que realiza el Mesías. Algunos dirigentes del pueblo sólo vieron en ellos cosas del diablo: "los escribas decían que tenía dentro a Belcebú, y que echaba a los demonios con el poder del jefe de los demonios". En cambio, un intelectual llamado Nicodemo se sintió atraído por la persona de Jesús, al descubrir la presencia de Dios bajo el velo de los milagros que hacía: "nadie podría realizar las señales que tú haces si Dios no estuviera con él". En una palabra, los milagros, aun los más llamativos, no generan necesariamente la fe. Pero, en muchos casos, ayudan a creer.

 

 

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