LOS MILAGROS DE JESÚS

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Los milagros de Jesús

Sobre los milagros narrados en los evangelios se plantea un primer problema, que es el hecho mismo de su existencia. Sabemos que hoy se investiga mucho, entre los estudiosos críticos de los evangelios, acerca de los discursos de Jesús: se trata de discernir qué palabras podemos considerar como auténticas y originales suyas y qué otras pueden proceder de los apóstoles y de la comunidad.

Pues bien, esta misma crítica histórica somete a análisis riguroso los milagros referidos por los cuatro evangelistas. La respuesta a este problema, el de la historicidad de los milagros de Jesús, no puede ser ni una afirmación ni una negación en bloque, en términos absolutos. Es necesario ofrecer una respuesta matizada. La exégesis moderna, que es científicamente muy exigente, ha llegado a estas conclusiones fundamentales:

Primera: Jesús hizo milagros. La predicación más antigua de los apóstoles presenta a Jesús "acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios obró por su medio y vosotros conocéis" (He 2,22). Los niveles más antiguos de la tradición están en el evangelio de san Marcos, tejido todo él de milagros más que de palabras; y es evidente que una tradición tan amplia no se forma de repente sin una base en la realidad. Además, ni siquiera sus enemigos ponen en duda las curaciones que Jesús hacía; lo que ponen en tela de juicio es el origen de las mismas.

Segunda: los relatos evangélicos pueden haber agrandado los hechos milagrosos. Los evangelios son libros para la catequesis. No intentan describir los hechos con la exactitud y frialdad de un historiador profesional moderno. Los discípulos han interpretado esos hechos milagrosos, haciendo de ellos una lectura cristológica. Quizá, en algunos casos, han aumentado el núcleo primitivo, como puede verificarse con algunos ejemplos: Jesús cura a muchos enfermos según Marcos (1,34), y en el texto paralelo de Mateo (8, 16) los cura a todos; la hija de Jairo está agonizandoen un evangelio (Mc 5,23), y en el texto paralelo (Mt 9,18) está ya muerta.

Tercera: los milagros de Jesús tienen fisonomía propia. Nunca los hizo en beneficio suyo: ni convirtió las piedras en panes cuando tuvo hambre, ni llamó en su auxilio legiones de ángeles para librarse de la pasión, ni hizo prodigios ante Herodes para tenerle de su parte, ni bajó de la cruz para ahorrarse el dolor de la muerte. No hizo de los milagros medios para conseguir adeptos; jamás pidió que le siguiera alguno de los favorecidos por él. No buscó con ellos aumentar su prestigio; al contrario, rehuyó los gestos espectaculares y exhibicionistas, evitó todo alarde de poder, procuró que no se hiciera propaganda de las curaciones. Finalmente, su fuerza taumatúrgica estaba al servicio del hombre, no la empleaba contra nadie; por eso se negó a descargar fuego del cielo sobre los samaritanos, que le negaron el hospedaje.

Cuarta: los milagros de Jesús interpelan a la gente. Los hombres se preguntan: "¿quién es éste, a quien el viento y el mar obedecen?" Los que escuchan sus palabras como los que contemplan sus obras no pueden permanecer como espectadores indiferentes. A través de esas acciones milagrosas, que irrumpen de modo extraño en el orden normal de las cosas, Dios sale al encuentro del hombre y le pide que se decida con relación a Jesús.

 

 

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