JESÚS Y LOS MARGINADOS:

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Las mujeres

La condición de las mujeres en la época de Jesús era bastante penosa. En el aspecto familiar sólo se pensaba en ellas para el matrimonio; era la única salida posible. Pero al casarse llevaban siempre la peor parte. El marido se convertía en amo y señor; la esposa no pasaba de sirvienta, que tenía que lavarle la cara, las manos y los pies; esta tarea la cumplían también los esclavos si no eran judíos. Soportaban la poligamia y el divorcio; los hombres podían abandonarlas no sólo por adulterio, sino por motivos fútiles, como el haber perdido encanto físico o no saber cocinar bien. Si alcanzaban la maternidad, sí gozaban de mayor respeto y veneración. Pero si no tenían hijos, como la falta de fecundidad se atribuía sólo a las mujeres, tenían que soportar la ignominia de que las llamaran estériles; era una desgracia por la que tenían casi que ocultarse y no aparecer en público.

Socialmente no gozaban de ninguna consideración. Más bien estaban terriblemente discriminadas. Si nacía un varón, estallaba la alegría en casa; si era mujer, aparecía la indiferencia y aun la tristeza. Las escuelas eran sólo para los muchachos; la formación de la mujer se limitaba a aprender los trabajos domésticos: coser, tejer, guisar. Eran siempre como menores de edad; cuando estaban solteras, respondía por ellas el padre; si casadas, el marido. Siempre se las miraba como inferiores a los hombres; si había huéspedes en casa, ella comía aparte; si había que heredar, los hijos iban delante de las hijas. No participaban en la vida pública; salían poco de casa; y no estaba bien visto que se hablara con ellas en la calle. En fin, hasta se las podía vender como esclavas para pagar las deudas.

En el terreno religioso persiste la marginación de la mujer. Los rabinos no les enseñan la ley, porque harían mal uso de lo aprendido. En las sinagogas están separadas de los hombres por una barrera; el culto comienza si al menos hay diez hombres, pero no se hace el recuento de las mujeres; no se les permite intervenir; tienen que limitarse a escuchar. Al dar a luz quedan como impuras durante cuarenta u ochenta días, según haya nacido niño o niña. No las obligan todas las cláusulas de la ley, pero están sometidas a las penas más graves si las quebrantan. No tienen obligación de rezar el shema; y tienen que aguantar que los hombres recen: "alabado sea Dios por no haberme hecho mujer".

 

La postura de Jesús

SICAR

En esta sociedad tan masculinizada, la irrupción de Jesús no puede ser más revolucionaria. Comienza por hablar con ellas, gesto que no dejó de extrañar a sus mismos discípulos, aunque nada se atrevieran a decirle. Y no sólo dialoga con ellas, sino que las admite en su compañía, las instruye en la doctrina del reino, recibe de ellas ayudas económicas, deja que le acaricien los pies y le perfumen la cabeza. Al exigir que el matrimonio sea indisoluble, protege a la mujer de los caprichos del varón. Llega a tener amistad con Marta y María, le agrada verse consolado por algunas en el camino del Calvario y que le acompañen en las últimas horas de su vida en la cima del Gólgota. Y en contra de la mentalidad judía, que no las admitía como testigos válidos, porque las tenían por mentirosas, es a ellas a quienes primero se aparece cuando ha resucitado.

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