JESÚS Y LOS MARGINADOS:

« Anterior | Siguiente »

 

Los enfermos

En las sociedades primitivas, muy escasas en servicios sanitarios, los enfermos de toda índole formaban un grupo amplísimo.

a) Los evangelios mencionan a los leprosos; es probable que en aquella época, sin grandes conocimientos médicos, la mentalidad popular calificase como tales a cualquiera que tuviese una enfermedad en la piel, además de a los leprosos propiamente dichos.

b) Otro vocablo empleado con frecuencia es el de posesos o endemoniados; es comprensible que agruparan bajo estos términos a muchos dolientes de tipo psíquico, en los que no se adivinaba trastorno alguno corporal, pero tampoco se los veía como personas normales.

c) Finalmente estaban los que sufrían alguna deficiencia física: los ciegos, los paralíticos (tullidos), los mudos y los cojos. Todos ellos estaban apartados de la vida social.

Un rasgo común que los caracteriza a todos es su condición de pobres. La inmensa mayoría eran personas sin trabajo y sin recursos monetarios. Ni podían valerse por sí mismos ni la familia podía sustentarlos; por eso se veían obligados a mendigar, colocándose a la entrada de las ciudades por donde solía pasar la gente, para pedir una limosna a los transeúntes.

Estaban marginados por un doble capítulo:

a) Nunca se ha dado trato de privilegio a los enfermos. Pero menos aún si se sospechaba que podían contagiar a los sanos, como era el caso de los leprosos, obligados a vivir en el campo, sin entrar en la población; o se los tenía por impuros y relacionados con los malos espíritus.

b) Pero además, por incluirlos entre los pecadores; por una falsa teología creían muchas veces que las enfermedades las mandaba Dios como castigo por los pecados cometidos.

 

La postura de Jesús

ENFERMO

Jesús se desvive por los enfermos. Acudían en tropel a cualquier sitio en que él estuviera. A veces, dando gritos, le pedían socorro. En otras ocasiones, como hizo la mujer hemorroísa, se acercaban tímidamente a él y le tocaban con la esperanza de verse curados. Jesús nunca hizo ascos de ningún enfermo; jamás desatendió a los que se le presentaban; incluso llegó a tocar con su mano a los leprosos, haciendo trizas el tabú de lo puro y de lo impuro. Y siempre hacía con ellos lo que más necesitaban: curarles la enfermedad y reintegrarlos en la sociedad. Con razón dice un evangelista: "salía de él una virtud que sanaba a todos" (Lc 6,19).

« Anterior | Siguiente »