El 666
La Bestia y su cifra 666
Seguramente es la cifra más conocida del Apocalipsis. Ha sido sin duda la más maltratada. En ella se ha visto todo..., y su contrario. Sumamente enigmática, la cifra 666 reaparece regularmente para designar a un ser que encarnaría el grado más alto de perversidad y que sería el enemigo número uno de la humanidad. Figura indefectiblemente en el repertorio de las gentes que dedican algún interés a Satanás y al Anticristo. Las discusiones a este propósito han sido vivas a lo largo de la historia cristiana, y muchos se han servido de esta cifra para denunciar al adversario, hasta el punto de cambiar la cifra original (algunos manuscritos dan efectivamente 616 en vez de 666, para permitir atacar a otros personajes). O bien se han permitido dar reglas de interpretación puramente arbitrarias, para condenar a los que creían que eran la encarnación absoluta del mal: según las circunstancias, se aplicará la cifra de la Bestia a sistemas, religiones o personajes individuales: el imperio romano, los bárbaros, el pontificado y la Iglesia católica, el protestantismo, el judaísmo, el comunismo, el imperialismo americano, Hitler y sus émulos recientes, etc.
Muy recientemente todavía, el 666 ha conocido un gran interés. Aparece inscrito en la frente del héroe del filme La maldición; algunos preachers han hablado de un complot mundial que giraría en torno a un código informático 666 (que se ha querido ver hasta en la informatización del precio de los productos de consumo), y no es raro que algunos actos de vandalismo vayan firmados por la cifra 666 y acompañados de slogans llamados «satánicos».
El Apocalipsis está dominado por la figura de Cristo resucitado. Si hay que reconocer que la Bestia y su cifra ocupan cierto lugar en el libro, no hay que olvidar sobre todo que están lejos de merecer toda la atención del lector. Dicho esto, lo cierto es que Juan ha hablado de la «cifra de la Bestia», y conviene detenerse en ella.
Repasemos en primer lugar el texto y su contexto inmediato (13,11-18):
“Vi luego otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como una serpiente. 12 Ejerce todo el poder de la primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera Bestia, cuya herida mortal había sido curada. 13 Realiza grandes señales, hasta hacer bajar ante la gente fuego del cielo a la tierra; 14 y seduce a los habitantes de la tierra con las señales que le ha sido concedido obrar al servicio de la Bestia, diciendo a los habitantes de la tierra que hagan una imagen en honor de la Bestia que, teniendo la herida de la espada, vivió. 15 Se le concedió infundir aliento a la imagen de la Bestia, de suerte que pudiera incluso hablar la imagen de la Bestia y hacer que fueran exterminados cuantos no adoraran la imagen de la Bestia. 16 y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, 17 y que nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre. 18 Aquí se requiere sabiduría. Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia, pues se trata de la cifra de un hombre. Su cifra es 666. |
Aquí más que nunca hay que proceder con mucha precaución o «sabiduría», para emplear las palabras del autor. Por tanto, no se trata de hacer un informe mordaz ni de pretender resolver un enigma que ha dado lugar a interpretaciones divergentes y opuestas.
Lo primero que hay que hacer es ponerse de acuerdo sobre el tipo de ejercicio que nos propone el autor: calcular la cifra de la Bestia... ¿Qué significa esto? Pongámonos de acuerdo ante todo sobre el ejercicio y sobre las reglas del juego que, confesémoslo, resultaban mucho más fáciles para los contemporáneos de Juan que para nosotros.
De hecho, cuando Juan invita a sus lectores a calcular la cifra de la Bestia, les propone una especie de acertijo. El único dato es el 666, que expresa un total, una suma. Pues bien, lo que hay que encontrar es una palabra o unas palabras, en las que cada una de las letras tiene un valor numérico. Sumando el valor numérico de cada una de estas letras, se debería llegar a 666. y al mismo tiempo, leyendo la secuencia de las letras en cuestión, se tendría el nombre del personaje o de la entidad aludida por Juan. Para ello, como es lógico, hay que conocer la lengua en que escribía el autor y los valores atribuidos a las letras del alfabeto que utiliza. En el caso de Juan, hay que atenerse al alfabeto griego, ya que su texto está en griego. También podría tratarse del hebreo, ya que Juan piensa en hebreo; pero la base es entonces más frágil e hipotética. Más vale atenerse a nombres sacados del alfabeto griego.
Así, pues, lo que hay que saber es que, mucho antes que los romanos, los griegos (seguidos más tarde por los judíos) se sirvieron de cada una de las 24 letras de su alfabeto para designar unas cifras (véase el recuadro adjunto del alfabeto griego, con el valor numérico de cada una de las letras).
Cada consonante, cada vocal tiene su propio valor numérico. En consecuencia, se podía fácilmente proponer acertijos alfabéticos o numéricos. O bien diciendo un nombre, pedir que se encuentre su cifra (o sea, el total de las letras que lo componen); o bien, como en el caso de la cifra de la Bestia, dando la cifra total y dejando al lector la preocupación de encontrar las letras correspondientes. Notemos de pasada que este tipo de acertijos abre la posibilidad a varias soluciones. En efecto, se puede jugar con diversas combinaciones de letras o de cifras para llegar a una misma solución total.
Las primeras generaciones cristianas tenían todo lo que necesitaban para solucionar el enigma. Fueron incluso tan inventivas que a veces convirtieron el 666 en 616. Sin embargo, lo que importa no es tanto llegar a una solución (por otra parte, ninguna de las propuestas ha logrado ganarse el asentimiento de todos) como comprender el procedimiento y delimitar un cierto campo de posibilidades. Pongamos algunos ejemplos que se propusieron a lo largo de los primeros siglos.
Rechazando el 616 que presentaban algunos manuscritos, Ireneo de Lyón proponía tres nombres, aplicables a un emperador o al imperio romano en general, o sea EUANTHAS - EΥANΘAΣ -, LATEINOS - ΛATEINOΣ-, y TEITAN - TEITAN-. Un recurso al cuadro del alfabeto griego permite ver cómo la suma de las letras que componen cada una de estas tres palabras da en cada caso 666:
Aunque más tardíos y con menor autoridad, algunos manuscritos han intentado hacer las cosas todavía más claras sustituyendo 666 por 616, lo cual permitía, entre otras soluciones, aludir a Calígula (de sobrenombre Gaios) o más generalmente a cualquier César proclamado Dios (Theos Kaisar):
Para las personas familiarizadas con la lengua griega, el ejercicio podía por consiguiente desembocar en varias soluciones. y esto es lo que se produjo. Sin decidir de forma taxativa sobre la identidad personal de la Bestia, es posible, a la luz de las soluciones encontradas por los comentaristas más antiguos, aceptar los siguientes principios normativos:
- en primer lugar, hay que dar la prioridad a las soluciones derivadas del alfabeto griego, ya que Juan escribe en griego. En hebreo se han propuesto también algunas soluciones ingeniosas, así como más tarde en latín, pero siguen siendo sumamente frágiles. La única certeza que se puede conseguir es que Juan y sus lectores eventuales conocían el griego;
- en segundo lugar, la solución pasa necesariamente por el siglo I de nuestra era: Juan se refiere a un personaje que puede ser reconocido por su pueblo. Las soluciones que apuntan a siglos ulteriores hasta hoy son puras acomodaciones y nos conducen muchas veces a la más simple arbitrariedad;
-la cifra de la Bestia tiene que interpretarse en el contexto más amplio de los capítulos 12-18 y nos pone necesariamente en relación con el poder imperial romano;
- La cifra de la Bestia sigue siendo una cifra “humana”. Esto puede y debe comprenderse sin duda en dos sentidos. Por una parte, que ha de ser interpretable y comprensible para el espíritu humano; por otra, que está limitada al mundo humano, en el sentido de que la Bestia, a pesar de todos sus esfuerzos por hacerse igual a Dios, sigue siendo un poder humano, limitado y provisional.
El texto está tomado de: Prévost, Jean Pierre, Para leer el Apocalipsis, EVD, Estella 1994, 45-49.
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