JESÚS Y EL PADRE:

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Jesús nos revela a Dios

Los libros bíblicos insisten en la invisibilidad de Dios: "Yavé es un Dios escondido, habita en una región inaccesible, nadie le ha podido ver". Por otra parte, toda la literatura del AT recoge el esfuerzo de Dios por revelarse y darse a conocer a los hombres. Con palabras y con hechos, de manera constante, Dios va descubriendo su rostro, quitando el velo que lo encubre.

Hay una revelación cósmica: Dios se deja traslucir en la creación del mundo. Al hacer las cosas, ha dejado en ellas impresa su silueta. En las cosas creadas Dios se dice a sí mismo: "Hay más de Dios que de agua en una gota de agua" (PASCAL). El hombre podía rastrear las huellas de Dios en el universo que ha brotado de su mano creadora. Pero esta revelación fracasó; aunque Dios estaba en el mundo, porque El lo había hecho, los hombres no conocieron a Dios (Jn 1,5).

La segunda etapa de la revelación tiene carácter histórico. Dios elige al pueblo de Israel y se revela a él. Revelación que se hace con palabras, transmitidas por sus altavoces, los profetas; ellos emplean los símbolos del pastor y el esposo, del padre y el médico, para darle a conocer a los hombres. Y al lado de las palabras, Dios se manifiesta con los hechos: la salida de Egipto, la posesión de la tierra, la monarquía y el destierro, son hechos históricos que implican una revelación de Dios. Tampoco tuvo éxito esta revelación de Dios al pueblo hebreo. Dios vino a los suyos -en la Ley, los Profetas y la historia entera-, pero los suyos no le recibieron (Jn 1,11).

Y surge entonces la tercera y última revelación, la que hace Dios por medio de su Hijo. Jesús es la imagen visible de Dios invisible, el resplandor de la gloria divina, la impronta de su ser.

Los profetas, cuando hablaban de Dios, se referían a Otro. Jesús, en cambio, vive en el seno del Padre; y por esa intimidad y cercanía conoce al Padre, es el único que sabe quién es: "nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

Jesús es el Hijo de Dios y la Palabra de Dios. Palabra que se ha hecho carne. Y al encarnarse puede decirnos en términos humanos, audibles y visibles quién es Dios. El es el único que conoce y posee la vida íntima del Padre. Esa vida se remansa toda en el Hijo, pues en él reside la plenitud de la divinidad.

La gloria del Padre reverbera en el rostro de Cristo hasta el extremo de poder asegurar: "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9); en Jesús vemos, como en un espejo, el rostro de Dios.

La consecuencia que de aquí se deriva es de colosal trascendencia. Para saber quién es y cómo es Dios hay que mirar a Jesús, al Enmanuel, al Dios-con-nosotros. Todo lo demás, aunque tenga huellas y reflejos de Dios, es imagen imperfecta y fragmentaria; el único retrato en que Dios está perfectamente representado es Jesús. El es el único camino para conocer al Padre.

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