PREDILECCIÓN POR LOS POBRES Y MARGINADOS
Jesús sentía verdadera predilección por los pobres y marginados. Esto no significa que no quisiera a los demás: Jesús amaba a todos, pero este amor le llevó a identificarse con los pobres y humildes, pues el amor hace iguales a los que se aman. Jesús no podía estar del lado de los ricos que se habían distanciado, e ignoraban a los pobres, creyéndose superiores, despreciándolos y marginándolos. Jesús quería liberar a todos: a unos, de su pobreza y miseria y a otros, de su egoísmo y ambición ciega. Salía al encuentro de los que venían cargados de dolencias y sufrimientos; acogía a los que sufrían la soledad y el rechazo; sabía lo que pasaba por dentro de una persona cuando era despreciada y marginada, cuando no tenía trabajo, cuando era explotada, cuando no podía alimentar a los suyos ni darles casa. Jesús hizo suyos los anhelos de estas personas, sintió sus ansias de liberación y encendió en ellas la llama de la esperanza: llamó dichosos a los pobres y a los que se solidarizan con ellos, a los que lloran y a los que enjugan sus lágrimas, a los que padecen hambre y sed y a los que les dan de comer y de beber, a los oprimidos y a los perseguidos por causa de la justicia. Pero la dicha de los pobres y marginados no es, naturalmente, la pobreza y la marginación, sino la esperanza y el amor que les lleva a la solidaridad y a la integración. La esperanza es la llave de la felicidad. Los ricos, los que están hartos de todo, ¿qué pueden esperar ya? La hartura será su tumba. En cambio, los que vacían su corazón de egoísmo, soberbia y apego a los bienes materiales podrán llenarlo de una riqueza que no harta y de una dicha que no se consume. |