Los israelitas creían que su Dios solamente salvaba y perdonaba a los del pueblo de Israel. En este relato se cuenta que Dios es el padre de todas las personas. Dios eligió a Jonás para enviar un mensaje a los habitantes de la ciudad de Nínive que no eran israelitas. Un día el Señor le dio este mensaje a Jonás: -Levántate y vete a Nínive. Recorre sus calles diciendo a sus habitantes que conozco todas sus malas acciones y que estoy muy disgustado. No quiero castigarlos y por eso quiero que tú les des mi mensaje, para que cambien de vida. Jonás, en vez de ir a Nínive, pensó en huir hacia Tarsis, para librarse de hacer lo que Dios le encargaba. En el puerto vio un barco y se metió en él. Pero, una vez mar adentro, empezó a soplar el viento con tanta fuerza que parecía que el barco estaba a punto de hundirse entre las olas. Los marineros, muertos de miedo, empezaron a rezar cada uno a su dios, tiraron por la borda todo el equipaje para que, al disminuir el peso, el peligro de hundirse fuese menor. Pero Jonás, a pesar de todo ese ruido y movimiento, dormía profundamente acostado en el fondo del barco. El capitán se acercó y le dijo: -¿Qué haces durmiendo? Levántate y reza a tu Dios, a ver si se compadece de nosotros y no morirnos todos. Echaron a suertes quién tenía la culpa de que se hubiese desatado aquella tormenta. y la suerte le tocó a Jonás. Los otros le preguntaron: -¿Quién eres tú? ¿Por qué nos ha venido esta desgracia? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu pueblo? Él se sintió acorralado y les dijo: -Soy hebreo y adoro al Señor, Dios del cielo, que creó el mar y la tierra firme. Ellos, atemorizados, le preguntaron: -¿Qué hacemos contigo para que se calme el mar? Jonás les contestó: -Arrojadme al mar, y el mar se calmará porque sé que esta tormenta se ha desencadenado por mi culpa. Los marineros remaban y remaban para alcanzar tierra firme, pero no podían contra aquellas olas gigantescas. Así que arrojaron a Jonás al mar. Y el mar se calmó al momento. Los marineros se quedaron muy sorprendidos y temieron mucho al Señor, el Dios de Jonás. El Señor hizo que pasara por allí un pez gigantesco y se tragara a Jonás. Tres días con sus noches estuvo Jonás en el vientre de aquel pez. Y mientras navegaba dentro de él, le rezaba a su Dios salmos y oraciones que había aprendido en su casa y en el templo. Al cabo de tres días, el Señor ordenó al pez que vomitara a Jonás a tierra firme. Una vez que estuvo en ella, le habló de nuevo: -Levántate y vete a Nínive a anunciar el mensaje que te encargué. Esta vez Jonás fue a Nínive, como le había mandado el Señor. Y la recorrió un día entero gritando: -¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida! Los habitantes de Nínive hicieron caso al profeta y empezaron a pedir perdón a Dios por sus malas acciones. El mismo rey se levantó de su trono, se quitó su manto, se vistió con tela de saco, se arrojó al suelo y mandó anunciar a todos este decreto real: - Hombres y animales: Para demostrarle a Dios que queremos cambiar de vida, que nadie coma ni beba; que todos se quiten sus vestidos cómodos y se vistan con telas de saco; y que todos recen a Dios prometiéndole cambiar de vida. Quizá Dios nos perdone y no destruya nuestra ciudad. Dios vio que los habitantes de Nínive se habían arrepentido de sus malas acciones y les perdonó el castigo. Entonces Jonás se disgustó mucho y le protestó a Dios: -¡Ah, Señor, por algo no quería yo venir a Nínive! Ya sabía que tú eras un Dios compasivo, paciente y misericordioso, que perdonas más que castigas. No deseo seguir viviendo; más me vale morir que vivir. Y Dios le respondió: -¿Por qué te enfadas? ¡Cómo se ve que los habitantes de Nínive no son tus hijos! ¿Cómo no voy a compadecerme de Nínive, la gran ciudad, en la que habitan más de ciento veinte mil personas que no saben lo que hacen, que no distinguen lo bueno de lo malo, y tantos animales?
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