JESÚS INAUGURA EL REINO DE DIOS
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La predicación de Jesús se resume en estas palabras:
"El reino de Dios está cerca". Con él llega ya la plenitud de los
tiempos, ese momento culminante de la historia que estaban avizorando los
judíos. El que había de venir, el que en anhelante espera aguardaban, ya está
aquí. Todo lo anterior, hasta el mismo Juan Bautista, no ha sido más que
preparación y víspera. A la samaritana que dice a Jesús que todo lo explicará
el Mesías, que ya va a venir, él le contesta: "Soy yo, el que habla contigo". Pero si la llegada de Jesús como Mesías responde a las esperanzas del pueblo, su manera de vivir y de actuar choca con las expectativas de la población judía. Estos esperaban un Mesías político y revolucionario, que expulsara a los romanos del territorio ocupado y estableciera su trono en Jerusalén.
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No le faltaron a Jesús diversas llamadas para que se hiciera
rey y con su poder dominara a todos. Las tres tentaciones que relatan los sinópticos
son la cristalización plástica de los posibles caminos que podía haber seguido
Jesús en la realización de su vocación mesiánica. Pero no cayó en esa trampa.
No quiso dispensarse del esfuerzo humano, utilizando a Dios en su favor para
convertir las piedras en pan; ni tuvo ganas de hacerse con el poder político,
adueñándose de los imperios de la tierra, lo cual sería como adorar a Satanás;
ni entró por la vía del prestigio y las manifestaciones fulgurantes,
arrojándose desde el pináculo del templo. Jesús prefirió el camino humilde de
las bienaventuranzas. Al encarnar ese espíritu del sermón de la montaña, al
aliviar a los desgraciados, transformar a los pecadores y sanar a los enfermos,
Jesús era el hombre nuevo; y en él estaba el germen de la nueva humanidad.