a) Los que aceptan a Cristo.
Cualquier hombre de voluntad buena es admitido por Dios. Pero Dios quiere
que nos salvemos no aisladamente, sino formando un grupo, una comunidad,
un pueblo: el Pueblo de Dios.
El pueblo de Israel, al que eligió en el Antiguo Testamento y con
el que firmó una Alianza, fue como el anuncio, la preparación
del nuevo Pueblo de Dios: a este Pueblo pueden pertenecer todos los hombres
sea cual sea su raza, sea cual sea su cultura. Todos los que aceptan a
Cristo por la fe y por el bautismo forman el nuevo Pueblo de Dios.
Este Pueblo de Dios tiene por Cabeza a Cristo, que murió y resucitó
por nosotros y ahora reina gloriosamente en el cielo. Su muerte es la
dignidad y libertad de los hijos de Dios. Su ley es el mandamiento del
amor. Su fin es la dilatación del Reino de Dios, incoado por el
mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por Él mismo al
fin de los tiempos. Aunque de momento no abarque a todos los hombres,
es germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación
para todo el género humano.
Podríamos definir a la Iglesia como la congregación de
todos los creyentes que miran a Jesús como autor de salvación
y principio de la unidad y de la paz para todos los hombres. Sin límites
de tiempo ni de lugar, entra en la historia humana con la obligación
de extenderse a todas las naciones.
b) Unidos a Cristo por los sacramentos.
La Iglesia está unida a Cristo por la fe y los sacramentos:
- Por el bautismo, los fieles, regenerados como hijos de Dios, se incorporan
a Cristo y a la Iglesia con el deber de confesar ante los hombres la fe
que recibieron de Dios por medio de la Iglesia.
-Por la confirmación, se vinculan más estrechamente y, fortalecidos
por el Espíritu Santo, se comprometen a difundir y defender la
fe.
-Participando de la eucaristía, ofrecen a Dios el sacrificio de
Cristo y a sí mismos junto con Él: así manifiestan
la unidad del Pueblo de Dios significada y realizada por este sacramento.
-Por el sacramento de la penitencia obtienen el perdón de Dios,
reconciliándose con Él y con la Iglesia, a la que también
ofendieron.
-Por la unción de enfermos encomiendan a Dios a los que sufren.
-Los que reciben el orden sagrado quedan destinados en nombre de Cristo
a apacentar la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios.
-Finalmente, por el matrimonio, los cónyuges cristianos manifiestan
y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo
y la Iglesia, y se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal
y con la procreación y educación de los hijos.
Así, por la participación en los sacramentos y con los dones
y virtudes que Dios nos concede, los cristianos nos acercamos a la santidad
a la que Dios nos llama.
También la organización externa de la Iglesia, dirigida
por el papa y los obispos, nos hace enlazar con los Apóstoles y
con el mismo Cristo.
c) Un pueblo universal.
Pero no sólo algunos: todos los hombres están llamados a
formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Y así este Pueblo, sin dejar
de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y a todos los
tiempos: por eso se llama católico, es decir, universal.
La Iglesia, católica o universal por voluntad de Cristo, es necesaria
para la salvación. Pues Cristo, el único Salvador, Inculcó
la necesidad de la fe y del bautismo (Mc 16,16). Por lo cual no podrían
salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia fue instituida por Jesucristo
como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en
ella. Pertenecen plenamente a esta Iglesia los que, poseyendo el espíritu
de Cristo, aceptan todos los medios de salvación que en ella Cristo
ha depositado; es decir: la fe, los sacramentos y la organización
externa que la dirige por medio del papa y los obispos, Lo más
importante, con todo, es perseverar en la caridad.
El Pueblo de Dios, la Iglesia católica, no considera ajenos a ella
a los cristianos que no aceptan la comunión con el papa o niegan
algunas verdades de fe. Reconociendo sus valores propios y fijándonos
más en lo que nos une que en lo que nos separa, la Iglesia espera
y desea la plena Integración en la única Iglesia de Cristo.
Tampoco considera la Iglesia totalmente ajenos a ella a los que no han
recibido el Evangelio. Su fe en un Dios único, su búsqueda
de la verdad, sus valores morales y su fidelidad a su propia conciencia
nos llevan a considerarlos como hermanos.
El Pueblo de Dios, la Iglesia de todos, a todos sin ninguna excepción
quiere anunciar el Evangelio cumpliendo el mandato de Cristo: "Id
y enseñad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles
a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre
hasta el fin del I mundo" (Mt 28, 19-20).
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La Iglesia es Cuerpo de Cristo: como en el cuerpo
hay distintos miembros, también en la Iglesia, cada uno con
su función Todos unidos a Cristo, la cabeza, que los vivifica.
A la Iglesia, Pueblo de Dios, que continúa el de Israel pero
con una Ley Nueva y abierto a todos, pertenecen los que aceptan
a Cristo por fa fe y el bautismo. La Ley de este Pueblo es el amor.
Su fin, la dilatación del Reino hasta su plenitud.
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