LO ESPECÍFICO DEL HECHO CRISTIANO

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Los cristianos

No resulta difícil descubrir el origen del cristianismo: es Jesús de Nazaret. Pero sus seguidores tardaron en ser llamados «cristianos».

Al principio no se diferenciaban mucho del resto de los judíos.

Cumplían la Ley de Moisés, frecuentaban las sinagogas o asistían, en Jerusalén, a las ceremonias del Templo. Aunque había entre ellos algunos del partido «fariseo» (Hch 15,5), la mayor parte pertenecía a la clase trabajadora.

La radical diferencia estaba en que creían en Jesucristo y en que predicaban, con valentía y en su nombre, a Jesús de Nazareth. Por ello las autoridades religiosas detuvieron un día a Pedro y a Juan, que parecían ser los jefes del grupo.

«Mientras hablaban al pueblo, se presentaron los sacerdotes, el comisario del Templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pue­blo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Les echaron mano y, co­mo ya era tarde, los metieron en la cárcel has­ta el día siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres, abra­zaron la fe» (Hch 4, 1-4).

Recordamos que no todos los judíos vivían en Palestina. Muchos de ellos residían fuera del país, en ciudades de Egipto, Asia Menor, Grecia o Italia y formando comunidades llamadas de la «diáspora» (o dispersión). Ignoraban el hebreo y empleaban una versión griega de la Sagrada Escritura llamada de «los 70» (LXX). Sólo el hecho de traducir la Biblia supuso un problema religioso de envergadura, pues resultaba inconcebible que la Palabra de Dios fuera traducida a otra lengua diferente de la original.

A estos judíos se les llamaba helenistas, y cuando empezaron a aceptar el cristianismo, plantearon una serie de problemas a los cristianos que provenían del judaísmo palestinense. Fue en Antioquía donde comenzaron estas discu­siones (ver Hch 15, 1-2).

El Concilio reunido en Jerusalén resolvió los conflictos planteados y en él quedó bien clara la diferencia que existía entre los judíos y los se­guidores de Jesús: el punto clave era aceptar o no a Jesús de Nazaret como Mesías o Enviado definitivo de Dios y a la comunidad por él fundada como la comunidad mesiánica heredera de las promesas.

La palabra de Jesús, sus obras, el anuncio de su muerte y resurrección eran escándalo para los judíos, locura para los griegos pero salvación de Dios para quienes las aceptaban (ver 1 Cor 1, 23-24).

Antioquía de Siria era una de las ciudades más importantes del mundo judío. Fundada en el año 300 a. C. por Seleuco, uno de los generales de Alejandro Magno, tenía alrededor de 300.000 habitantes, de los que un 10 % eran judíos. Fue capital de la provincia romana de Siria desde el año 64 a. C.

Ignoramos el nombre de los que llevaron por primera vez el Evangelio a esta ciudad pero sabemos que eran judeocristianos helenistas que «se pusieron a hablar también a los griegos anunciándoles al Señor Jesús» (Hch 11, 19-20). En Antioquía fue donde «por primera vez llamaron a los discípulos cristianos» (Hch 11,26). El nombre les distinguía claramente de los judíos de la ciudad.

 

 

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