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CARTAS y APOCALIPSIS

 

 

Un medio de comunicación tan común como es la carta se convierte en el Nuevo Testamento, por obra sobre todo de Pablo, en instrumento de acción apostólica. El instrumento se revela flexible: sirve para relacionarse con comunidades que Pablo ha fundado y con otras que no conoce; es apto para exponer el mensaje, para orientar y exhortar en el terreno moral, para incidir en la problemática de los destinatarios y para responder a sus preguntas. El género, acuñado por Pablo, se institucionalizó en la literatura cristiana y fue empleado por otros pastores, tanto en el Nuevo Testamento como entre los Padres apostólicos. No son cartas privadas, sino de comunicación abierta entre el apóstol y sus comunidades, para enseñanza y edificación. Su tema es Jesucristo y lo que éste tiene que decir en las más diversas situaciones. ¡De las catorce cartas que se amparan bajo el nombre de Pablo, la Carta a los Hebreos no es suya. Pero tampoco lo son algunas de las otras, o no lo son en igual medida. Directamente paulinas, y de la década de los 50, son Romanos, 1-2 Corintios, Gálatas, Filipenses y 1-2 Tesalonicenses. Las restantes son posteriores, más o menos afines a Pablo, del círculo de sus discípulos. Pablo utiliza en sus cartas materiales preexistentes, himnos, confesiones de fe, cantos de alabanza, textos litúrgicos, listas de vicios y de virtudes, que remodela y acomoda a su conveniencia. Las circunstancias particulares que dan motivo a cada carta le llevan a enfocar el mensaje desde diversas perspectivas y con la correspondiente elección de temas y tonos.

Las siete restantes cartas del Nuevo Testamento se conocen desde el siglo IV como cartas apostólicas o eclesiales, no dirigidas a una iglesia particular. Las diferencias que hay entre ellas son notables. Las atribuciones son convencionales: amparan esos escritos bajo la autoridad de un apóstol, algo parecido al caso de las cartas paulinas posteriores.

 

Apocalipsis, mediante símbolos, lleva un mensaje de esperanza a la comunidad perseguida: Dios interviene en la historia y la invade. Las fuerzas adversas vencen sólo temporalmente. La victoria definitiva es de Cristo.