Unión Sindical Independiente de Trabajadores
Empleados Públicos
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3, abril, 2020
Estimadas/os compañeras/os:
Estimadas/os compañeros:
Se torna difícil entregar unas palabras de fuerza y coraje cuando la congoja atenaza la garganta, pero lo cierto es que también emociona sentir la solidaridad de la gran mayoría.
Los docentes, y más específicamente los docentes de Religión, están demostrando su profesionalidad y su buen hacer con el esfuerzo y la entrega a su labor profesional, familiar y cívica.
Llegan unos días, la Semana Santa, en la que celebramos el encuentro con la persona viva del Jesús del Evangelio, y no de imágenes enfermas de Dios; días de reflexión, pero también de asueto. Pero este año no habrá viajes que no sean fantasías, no habrá ceremonias suntuosas más que en los corazones entristecidos.
Lo que sí habrá serán almas desgarradas de todo un pueblo por perder, todos hemos perdido, a un ser querido sin poder siquiera despedirse con una mirada, una sonrisa o una caricia. Sin poder compartir las lágrimas y el duelo con la familia y los amigos. Por esos profesores de Religión que nos faltan.
La pandemia maldita se ceba sobre todo con nuestros mayores, que ayer vivieron la guerra y la posguerra y supieron construir un mundo mejor del que encontraron, y hoy mueren en el silencio y la soledad. Es aquí donde, como nos indica el profeta Isaías, la víctima propiciatoria, Jesús, los mira como miró a Jerusalén ante de su Pasión y llora por ellos (Lucas 19,41: flevit super illam).
Uno de estos hombres que nos ha dejado, el sacerdote cordobés Antonio Cano Moya, que a decir de los entendidos era un santo y gran escribidor, nos dejó estas bonitas palabras sobre un Gorrión Blanco:
«Se ha presentado en nuestra bandada un gorrión blanco. Ha caído bien. A nadie le ha extrañado, como si nos conociésemos de toda la vida. Al llegar, nos ha pedido una bendición de acogida, a nosotros, diminutos gorriones, que nunca contamos para nadie ni tenemos manos para bendecir. Lo miramos con gran curiosidad para comprobar enseguida que no se avergüenza de tener plumas como las nuestras, aunque las suyas sean blancas. Se ha acomodado en nuestro tejado y va conociendo a los vecinos poco a poco. No lo hemos visto jamás mirar a nadie por encima del hombro como si su blancura lo hiciera diferente. Estamos orgullosos de que sea uno de los nuestros, de que hable como nosotros, ría como nosotros y a veces se le enternezcan los ojos a punto de jugar una mala pasada a su esmerada compostura. Se nota que nos quiere y por eso nos consuela y nos devuelve palabras hermosas y olvidadas. Habíamos llegado a sentirnos forasteros en nuestra propia vecindad, ¡qué tiempos!, y ahora podemos respirar y surcar el cielo azul sin miedos ni amenazas. En el inmenso firmamento, coincidimos a veces revoloteando con el gorrión blanco; nos regala un guiño y nos sentimos resucitados. ¡Qué poco necesitamos!».
Deseamos para todos ellos, como sostiene san Pablo y procura el gorrión blanco, la incorrupción, la gloria, la fortaleza y un cuerpo espiritual.
Un fortísimo abrazo, con todo nuestro cariño, para los que son y están, y para los que se han ido con el gorrión blanco. ¡Resistiremos!