¿Es esto la Iglesia? Pasamos una encuesta sobre la Iglesia
a los alumnos de un instituto. Al reunir sus respuestas, observamos que estás
podían ser agrupadas en torno a estos tres temas: -- La Iglesia
no está actualizada Va siempre a remolque y nadando contra corriente. En nuestro mundo, en
efecto, se dan dos grandes corrientes que prácticamente se lo reparten: La individualista
y la socializante. Y la Iglesia se encuentra alejada de ambas. Su fuerte jerarquización
impide que se desarrolle una libertad plena en ella. --Lo que la
Iglesia ofrece al mundo ya no sirve Es cierto que en otras épocas podía ofrecer escuelas, hospitales... Pero ahora es función de otras instituciones. Y si, en otro sentido,
lo que la Iglesia ofrece es la salvación muchos piensan que el hombre no
tiene por qué ser salvado porque no es culpable ni está condenado. -- La Iglesia
misma no se aclara Se dice que a partir del Vaticano
II, en la Iglesia se han desarrollado
dos posturas bien diferentes: la de los que siguen anclados en el pasado, y la
de los que creen que, a pensar del Concilio, la Iglesia no ha avanzado lo que debería, que
sus documentos son ambiguos, que no
es radicalmente fiel al evangelio…. Vamos a intentar contestar estas cuestiones. Pero, para ello, hay que
entrar en el tema sin prejuicios: Los prejuicios siempre impiden conocer la verdad.
Vamos a acercarnos a la Iglesia, dejando aparte etiquetas, para comprenderla como
es, con sus fallos y sus aciertos. Acercarnos a la Iglesia como es, simplemente. Las dos caras
de una misma moneda Todos conocemos los defectos y los aciertos de la Iglesia. Según sea
la postura personal de cada uno se acentuará más uno u otro aspecto. Pero es necesaria
una postura serena para, teniendo presentes fallos y aciertos, valorar positivamente
unos valores y criticar negativamente a otros. Por eso, de entrada, hacemos una precisión importante: la Iglesia es
algo más que un fenómeno histórico. Es cierto que, como fenómeno histórico la
podemos “estudiar”. Pero así nunca acabaríamos de entenderla. “Como
sociedad dotada de órganos jerárquicos y Cuerpo Místico de Cristo, reunión visible
y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida de bienes
celestiales, no han de considerarse como dos cosas, antes al contrario, forma
una única realidad compleja constituida por un elemento humano y otro divino”. Vaticano II. Lumen Gentium, nª8. Como las dos caras de una misma moneda, estas dos notas
no se pueden dar la
una sin la otra: la insistencia en una de ellas, en detrimento de la otra, siempre
desfigura el rostro auténtico y total de lo que es la Iglesia: - Reaccionamos, por ejemplo,
contra los escándalos de la Iglesia insistiendo en una Iglesia de “santos” y oponiéndola
a la gobernada por papas y obispos indignos… Tenemos la tentación de arreglar
los fallos de la Iglesia por el camino de romper con ella… Rechazamos la Iglesia
“establecida”, pensando que en ella no se puede ser fiel al Evangelio, y queremos
refugiarnos en la Iglesia “espiritualista”, en la que sólo cuentan nuestras relaciones personales con Dios… Rechazamos las leyes emanadas
de la Iglesia apelando al
Evangelio como única forma de vida… - Pero también se da la postura
opuesta al insistir desmesuradamente en el aspecto “visible”. Convertimos a la Iglesia, así, en una institución
en la que sólo cuentan las normas y costumbres a las que no responde una vivencia
de la fe… Decimos pertenecer a una sociedad gobernada por el Papa y los Obispos,
y olvidamos la vida de fe que se nutre de la
Palabra de Dios y crece mediante
la oración y los sacramentos... Pero la Iglesia Misterio y la Iglesia Institución no son dos cosas distintas, sino
la misma. Por estar llamada a hacer presente en el mundo de hoy la Buena
Noticia.
Su estructura visible estará en la función de su misión sobrenatural. Y, con esto, no se relega lo visible
a un segundo plano: por sí misma la Iglesia no tiene ninguna consistencia; toda
su realidad la recibe de su relación con
Cristo cuyo misterio hace visible, del cual es signo. Y será un signo tanto más fiel cuanto con más
fidelidad realice la misión recibida. Por eso los escándalos lo son más en
la Iglesia. Y su misma realidad la impulsa constantemente a una revisión y a
una autoconversión. El Vaticano II reconoce: “….aunque
la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel
de su Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin
embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron
sus miembros, clérigos o laicos, fieles al Espíritu de Dios” Gaudium
et Spes nº 43 Precisamente las debilidades de la Iglesia no justifican ni una postura
rigorista ni una postura permisiva de las mismas: nos abren a su realidad más
íntima, su fidelidad a Cristo con aciertos y errores, su realidad divino/humana
como un todo inseparable. Nos aproximamos
a ella sin prejuicios Pero, ¿Qué es la Iglesia? Esta es la pregunta que nos interesa contestar
sin prejuicios. Y para conseguirlo, tenemos que responder previamente a otra:
¿qué nos dice el
Nuevo
Testamento de la Iglesia?, ¿podemos identificarla con
el Reino D Dios? *
Iglesia y Reino de Dios El Vaticano II es claro: “Por
eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su fundador y guardando sus preceptos
de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar y restablecer
el
Reino de Dios
en medio de todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y
principio de este
Reino.
Ella entre tanto, mientras va creciendo poco a poco, suspira por el
Reino
consumado” (Lumen Gentium,
nº 5) Iglesia
y Reino de Dios no se identifican, pues.
La identificación se realizará al final
de los tiempos. Del texto arriba citado podemos concluir: que la Iglesia en cuanto que
es manifestación en la historia de la misión de Cristo, es ya en sustancia el
Reino de Dios; y que la Iglesia es este
Reino en cuanto que está en camino hacia su plena consumación. De manera
que la tensión entre lo que ha llegado a ser y lo que todavía debe esperar a
ser es lo que caracteriza a la Iglesia
y la empuja a caminar. El Reino de Dios no es algo ya pasado en el tiempo; por
eso afirmamos que le reino ya está en medio de nosotros, pero todavía no ha llegado
a su plena manifestación; por tanto no se identifica del todo Reino con Iglesia.
La Iglesia en la medida
en que es fiel a su misión, en esa misma medida hace más
visible el Reino de Dios entre nosotros aproximándose más rápidamente a su plena
consumación. Por el contrario, en la media en que sea infiel a su tarea, oculta
su presencia del Reino y retrasa su plena consumación. *
Pero... ¿qué es la Iglesia? Tratamos de responder a esto siguiendo el espíritu del Vaticano II expresando
tanto en la
Constitución “Lumen Gentium” sobre la Iglesia como en otros documentos. La Iglesia es la respuesta a una llamada de Dios en Cristo, la obra “misteriosa”
de Dios fundada en su voluntad. No podemos entender a la Iglesia como un producto
más de la historia o como el resultado del trabajo de un grupo de hombres entusiasmados
por una idea. Nada de esto es exacto. Dios “…determinó reunir a cuantos creen
en Cristo en la
Santa Iglesia que prefigurada ya desde el origen del mundo...”
Éste es el origen radical de la Iglesia. Esta voluntad divina se expresa y realiza en Cristo. Cristo es el fundamento
de la Iglesia con su vida y, sobre todo, en el misterio Pascual, en que el servicio
y el amor al hombre llegan a su plena manifestación. Amor y servicio con el origen
de la Iglesia y en ella están presentes. Por la Iglesia llegamos a Jesús, y por
Jesús al Padre. La Iglesia es convocada por el Espíritu Santo y tiene en Él su fuerza
vital que le acompaña en su caminar por la historia: el tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo.
La pieza clave de la Iglesia es el grupo de los Doce, que Jesús eligió y
sobre los que la fundó. Los apóstoles, después del acontecimiento pascual y
como testigos del mismo, manifiestan claramente su identidad como Iglesia. Son los primeros receptores del Espíritu Santo que los impulsa a la
comunicación de la Buena
Noticia: esta es la misión de la Iglesia en la historia. Abierta a todo el mundo, la Iglesia se entiende a sí misma como universal:
todos los hombres son destinatarios y
beneficiarios de la Buena Noticia. Lo cual entraña una llamada a la unidad, como
signo del amor que vive la comunidad eclesial. Unidad y amor deben expresarse
en la fraternidad articulando unas relaciones de servicio y compartir. Desde esta
perspectiva la Iglesia es Pueblo de Dios: un pueblo convocado por la predicación
del evangelio, querido por Dios, que tiene a Cristo, por cabeza y del que todos
los hombres están llamados a formar parte; la misión de este pueblo es evangelizar;
discernir críticamente los acontecimientos de la historia y practicar la comunicación
de bienes; y, a la vez, este
Pueblo es
Cuerpo de
Cristo, formado por todos los
creyentes y cuya cabeza es
Cristo el cual reúne a muchos en un solo cuerpo en
el que cada uno tiene una función y un servicio propios, estando todos llamados
a la unidad por lo que, entre todos, surgen unas relaciones concretas de amor y
solidaridad. La Iglesia realiza en el mundo su misión por medio de la
Palabra
(que
actualiza el acontecimiento salvador) y por medio de los Sacramentos (acciones salvíficas que se hacen presentes en medio de la vida). LA IGLESIA A TRAVÉS DEL TIEMPO La Iglesia camina por la historia hacia su consumación. Y, precisamente
a lo largo de la historia, se va precipitando la
idea de la Iglesia resumida en el apartado anterior y se expresa de distintas
maneras. Pero no es que cambie la Iglesia: cambia sólo una forma de manifestarse. La Iglesia en el período postapostólico Este periodo
abarca los tres primeros siglos de la Iglesia. Y con tres notas podríamos describir
la imagen de la Iglesia:
a) La Iglesia es entendida como Misterio y se reconoce
a si misma como comunidad de Cristo convocada por “misteriosa” decisión de Dios,
b) imágenes
y figuras bíblicas (Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo...) van desarrollando lo
que es la Iglesia;
c) símbolos y alegorías
explicitan más el ser y actuar de la Iglesia (Barca de Pedro...). Perseguida
por el Imperio, ante el que se presentaba como alternativa, se vale de imágenes
que pueden no significar nada para los extraños pero que se cargan de significado
para los creyentes. Estas imágenes destacan por la superioridad de la vida de
los cristianos frente a la más egoísta de los demás. La Iglesia y el imperio Cuando la Iglesia,
de perseguida se convierte en oficial, sus limites pasan a coincidir prácticamente
con los del imperio. Entonces la pequeña comunidad se resquebraja: se masifica
la vivencia del cristiano, la Iglesia se distancia de los fieles convirtiéndose
más en jerarquía y contagiándose de la estructura imperial, lo cristiano y lo
político coinciden hasta llegar a integrarse... A partir de
la coronación de Carlomagno (año 800) se planteó el problema entre el dominio del poder político o del poder religioso sobre la sociedad: en un primer
momento la Iglesia se subordina y sirve a los intereses del imperio; pero a partir
del siglo XI, la preponderancia es del “sacerdocio”: el imperio se ve dominado
por el pontificado. El desarrollo cluniacense influye en que la religión se viva como monacal, La Iglesia se identifica con el
papado, que domina desde la cúspide y que delega en el Emperador el gobierno de
lo temporal. Del “testigos de la fe” en la época postapostolica se ha pasado al
“luchador de la fe”, al militante y no en sentido espiritual: órdenes militares,
cruzadas.... Sin embargo
a lo largo de la Edad Media, frente a la Iglesia-imperio subsisten y van aumentando las manifestaciones de Iglesia-Misterio
que llegan a su expresión máxima con san Francisco. Y esta imagen de Iglesia es
una constante llamada crítica frente a la anterior. Una
profunda reforma Durante la época enmarcada
por el Renacimiento surgen con fuerza las nacionalidades Esto influye en el rechazo
de una Iglesia centralista y se empieza a producir el distanciamiento entre clérigos
y laicos al desclericalizarse la cultura. Los Papas, más mecenas que Papas, escandalizan.
Y ante el estado de la Iglesia se levanta la voz de Lutero reclamando una reforma
que era urgente. Lutero crítica lo que llama las tres “autodefensas”
que el centralismo romano se ha “inventado” para afirmar sus posturas: la afirmación
de que el poder temporal está supeditado al espiritual; la afirmación de que la
Escritura sólo la puede interpretar acertadamente el Papa con su Magisterio; y
la afirmación de que el Concilio sólo puede convocarlo el Papa. Y propone su concepción
de Iglesia como “santa” cristiandad, reconocible por el Evangelio predicado y
teniendo las comunidades de santos el poder de juzgar en todo lo que se refiere
a la doctrina y de deponer a los maestros. El Concilio de Trento, reunido demasiado tarde, ya
no pudo detener el movimiento de separación. Al expresar a la Iglesia sobre todo
en oposición a las cuestiones que rebatía potenció la imagen de la Iglesia como
guardiana de la fe revelada. De forma que la teología de la Iglesia, al intentar
sobre todo defenderla, se convierte en apologética. Durante la Ilustración y el romanticismo Con la confianza en la razón y en que el hombre lo
puede conocer y alcanzar todo, se produce un movimiento
que intenta superar lo “confesional” buscando la unidad por medio del acuerdo “racional”.
A la vez, la Iglesia se “des-sacraliza” siendo tratada como sociedad moral. Y,
dentro de la Iglesia, se ahonda la distancia entre clérigos y laicos a favor de
los primeros. A partir de la revolución francesa se acentúa el proceso
de secularización: la Iglesia ha de regular sus relaciones con los estados seculares
por medio de “concordatos”. La disminución de poder político y la pérdida de posesiones
con las desamortizaciones condujo a un aumento del prestigio moral de Papa y Obispos. El Romanticismo, al oponerse al racionalismo de la
Ilustración, busca de nuevo en la tradición sus fuentes: se potencia la neoescolástica
y surge, con éste, una doctrina enfrentada al espíritu de la época. A la vez,
y al valorarse otros medios de acceso a la verdad en vez de únicamente la razón,
resurge con fuerza la imagen de Iglesia como Cuerpo Místico. En contraposición
al espíritu del mundo, se acentúa “lo romano”, la dimensión jerárquica de la Iglesia
cerrada en torno al Papa. El Concilio Vaticano I
(1869-70) Aunque el proyecto del Concilio era muy amplio, los
acontecimientos políticos impidieron su desarrollo. En la constitución dogmática
solo se alcanzó a definir el Primado del Romano Pontífice y la infalibilidad de
su magisterio. De este modo se reforzó la unidad en torno al Papa y, en consecuencia,
la unidad de formulaciones, liturgia, etc. La Iglesia se robusteció interiormente
así… aún a costa de aislarse del mundo. El Concilio Vaticano II
(1962-5) Después de la primera guerra mundial empieza a fraguarse
la conciencia de que el seglar también es Iglesia y de que la Iglesia no está frente a los hombres:
la encíclica de Pio XII “Mystici Corporis” (1943) revitaliza los estudios sobre
la Iglesia coordinando los dos conceptos claves de Iglesia (Cuerpo de Cristo y
Pueblo de Dios) y distinguiendo la Iglesia- institución de la Iglesia-comunidad. En este sentido el Concilio Vaticano II se sitúa como
Concilio de la Iglesia acerca de la Iglesia (no frente a otros). Su constitución
dogmática Lumen Gentium presenta a la Iglesia como sacramento de la unidad entre
Dios y el hombre en la línea de Iglesia-misterio. La Iglesia es el Pueblo de Dios
que camina por este mundo hacia el Padre, que está en este mundo aunque en camino,
y cuya misión fundamental es el servicio de la Palabra de Dios y los sacramentos.
Reúne a todos los fieles, entre los que hay diferentes misiones, siendo el ministerio
jerárquico sobre todo un servicio al Pueblo de Dios y no una categoría de poder.
Complementando el inacabado Vaticano I, se describe la colegialidad episcopal
como un elemento perteneciente, junto al Primado, a la misma estructura de la
Iglesia. Se afirma la importancia de los laicos, basada en el sacerdocio común
de los fieles, que deben hacer presente a la Iglesia en el mundo. Y se reconoce
la dimensión carismática y profética de la Iglesia. Esta Iglesia reconoce en
otras elementos de la única Iglesia de Cristo, y se siente unida
a ellas, inaugurando así una nueva época ecuménica. La Iglesia se siente en el
mundo compartiéndolo con todos los hombres y trabajando en él sin encerrarse en
sí misma.
¿PARA QUÉ SIRVE LA IGLESIA? Bajo esta pregunta late la idea de muchos hoy de que
sólo “es” lo que sirve para algo medible. Desde este punto de vista atrozmente
utilitarista la Iglesia no sirve para nada, claro. Como para nada sirve el hombre…
Pero, superando esta perspectiva propia del consumismo, desde otras más honda,
la Iglesia sirve de mucho y a muchos. Contesta, desde Cristo, las preguntas radicales
que el hombre se plantea ofreciendo una alternativa de vida: es Sacramento de
Salvación para todos los hombres. A partir del Vaticano II la aplicación del término
“sacramento” a la Iglesia adquiere carta de ciudadanía. Significa ello que la
Iglesia “proclama y realiza a la vez el misterio de Amor de Dios a los hombres”
(Gaudium et Spes. Nº 45), es decir, “… es signo e instrumento de la íntima unión
con Dios y de la unidad de la humanidad”
(Lumen Gentium, nº 1). Como sacramento de salvación, la Iglesia nos remite por
un lado a Cristo y a su misión: por otro, a su labor de signo en el mundo y
la historia. Si aceptamos que la Iglesia, en Cristo, aporta la respuesta última a
los interrogantes de nuestra existencia y que es el punto hacia el que converge
el caminar del hombre. La pregunta utilitarista “¿para qué sirve la Iglesia? Está
ya contestada.
LA IGLESIA ES NUESTRA COMUNIDAD Para entender esto es necesario superar la tentación
individualista tan arraigada como la utilitarista/consumista en nuestros ambientes.
Con cierta frecuencia se afirma que la fe es algo individual Pero esto plantea
un problema: ¿hasta qué punto es necesaria la Iglesia en la fe personal de uno?..¿Hasta
qué punto es necesaria la comunidad? Y, sin embargo, nuestra fe exige necesariamente la
comunidad. La incorporación a un grupo que comparte mi misma fe es previa a cada
uno de los creyentes: un individuo se convierte en creyente no en el momento de
su decisión interna (que es importante), y no como consecuencia de su decisión
individual (que tiene que darse), sino
en el preciso momento en que se incorpora a la comunidad que cree. La fe, en esencia,
es a la vez individual y eclesial. Es lo mismo que sucede en nuestra vida: sólo
podemos vivir nuestra vida personal en el seno de una comunidad humana donde esa
vida se desarrolle. Lo comunitario está presente en la vida del hombre desde que
nace: necesitamos al otro para nuestro desarrollo personal. Y cuando lo comunitario
respeta, sin anularlo, lo personal, sus beneficios aumentan. Sólo cuando lo comunitario
anula lo personal, lo colectivo explota al hombre, lo hace desaparecer. La Iglesia es esencialmente comunidad. Jesús fue escogiendo
un grupo de discípulos y formando una verdadera comunidad: esta comunidad es el
punto de referencia de lo que ha de ser la Iglesia, en ella están las raíces del
nuevo Pueblo de Dios, y a ella hay que mirar constantemente para criticar e iluminar
a la Iglesia presente que continúa en la historia aquella primitiva comunidad: -Jesús exige el compartir la vida sustituyendo el
proyecto humano de poseer y tener (Mt.4, 20; 9, 9; 10, 9-10; Lc. 10, 4; Mt, 19,21).
Y se renuncia a tener porque ése es el único modo de compartir (Mc.6, 30-46). -
El programa de vida de esta
comunidad es el que recoge el Sermón del Monte. Las Bienaventuranzas son el
camino que ha de seguir la comunidad de discípulos. El objetivo: la
felicidad; aunque una felicidad que no es entendida como la entiende la sociedad:
las Bienaventuranzas suponen trastocar todo el sistema de valores de nuestro mundo. -
La actitud básica de todo el
que pertenece a esta comunidad es el servicio. Y Jesús no tolera que nadie se
imponga en la comunidad (Mt. 20, 20-28). Las
notas de la comunidad de Jesús deben aplicarse a la Iglesia: -
La Iglesia debe ser el espacio
en que se comparte la vida. -
La Iglesia deber ser la comunidad
de personas que, con su manera de vivir, indica al hombre que puede ser feliz
pero por un camino distinto al que la sociedad propone: el camino de las bienaventuranzas. -
La Iglesia debe presentar
una nueva forma de vivir que no consiste sólo en “reformar” lo que hay, sino una
vida absolutamente distinta y mejor. Basada en el compartir, las Bienaventuranzas
y el servicio a los demás, debe descubrir la fraternidad y su filiación divina
a todos los hombres.
Sanpedro, J.C. y otros.
Nosotros, nuestro mundo, nuestra fe. Aguaclara. Valencia 1990 |