El Catolicismo tridentino

Aunque no debe verse exclusivamente como una reacción contra el protestantismo (como puede dar a entender el término Contrarreforma), lo cierto es que el catolicismo de la Edad Moderna, nacido del Concilio de Trento, pone en primer término la salvaguarda de los valores de unidad y obediencia en la Iglesia, seriamente dañados tras la rebelión de Lutero y los otros reformadores.

Antes del Concilio de Trento, la Compañía de Jesús, fundada por el español Ignacio de Loyola, preparó el terreno a la exaltación del papado funcionando como un ejército al servicio de Roma (éste es el sentido del llamado "cuarto voto", o de obediencia al Papa, que tan sólo hacen los jesuitas: la disponibilidad total para acudir tan pronto como se pueda y en la mejor disposición allí donde uno sea enviado por el Papa).

Este mismo espíritu de obediencia fue impulsado por los jesuitas que participaron en el Concilio de Trento (1545-1563), cuyas decisiones buscaron, a la vez que la reforma de la Iglesia, el fortalecimiento del poder papal. En consecuencia, los rasgos del catolicismo salido del Concilio de Trento, y que perdurarán hasta bien entrado el siglo XX (Concilio Vaticano II), son:

• a) Rigidez de la doctrina: posiciones claras, afirmaciones dogmáticas, pocos matices y ninguna concesión al pensamiento considerado "enemigo de la fe" (primero el protestantismo, después otras ideologías como el liberalismo, el marxismo, etc.).

• b) Proyección exterior: fomento de las misiones católicas en Hispanoamérica y Extremo Oriente (China, Japón, Filipinas), mientras que el catolicismo retrocede en el norte de Europa, Inglaterra, América del Norte...

• c) Profundización espiritual: se destaca el valor de la oración y la vida interior (por ejemplo, místicos del Siglo de Oro: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, etc.); hay una enorme cantidad de santos: personas a las que la Iglesia presenta como modelos de virtudes cristianas.

• d) Centralización de la autoridad eclesiástica: exaltación del papado, que culmina en la declaración del dogma de la infalibilidad del papa en el Concilio Vaticano I (1870).

 

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