9.4. JAVIER TOMEO, "La oca (y 2) en El nuevo bestiario, Editorial Planeta, Colección fábula-287, Barcelona 1994, 221-223.

(...)

-Tienes razón -admite la oca-. Lo que quería decirte es que el sentido iniciático que desde antiguo se dio a mis hermanas, las ocas, quedó plasmado en el juego que lleva precisamente nuestro nombre, es decir, en el juego de la Oca. ¡Ah, no, no amigo mío! ¡No sonrías! ¡Ese juego no es tan inocente como parece! Como seguramente sepas, consiste en avanzar una ficha por las casillas de un tablero, según lo que señale el dado. Cada uno de esas casillas tiene un profundo contenido alegórico y simbólico: el laberinto, la prisión, el pozo, la posada, la muerte... Cuando la ficha llega a la casilla en la que la figura la oca, recibe una ayuda y puede saltar hasta la próxima casilla ocupada por otra oca. Nos convertimos así en entes benéficos dispuestos siempre a ayudar al héroe en su peligroso itinerario.

-¡Vamos, vamos! -le digo, pensando en las ancianas hermanas de mi madre, que se pasan las tardes jugando a la oca-. ¿Qué pueden tener mis tías de héroes? ¿Qué peligros pueden acechar a esas infelices damas que no salen jamás de casa y se pasan las horas muertas hundidas en sus enormes sillones?

- Piensa lo que quieras -replica la oca-, pero incluso durante los tormentosos días de la Revolución Francesa los hombres, que vivían bajo la sombra de la guillotina, jugaban a la oca. Por aquel tiempo, sin embargo, las casillas recibieron nuevos significados y simbolismos. Se instauraba un nuevo orden de cosas y era justo que los cambios afectasen también al tablero tradicional de nuestro juego. Hubo, pues entre las casillas positivas, las del Tercer Estado, las de las Casas de Tolerancia, etcétera, y entre las negativas, las correspondientes a la Aristocracia, Corte Real, Fanatismo, etcétera. Por fin se llegaba a la última casilla, reservada, como puedes imaginarte, a la ansiada Libertad, Igualdad y Fraternidad.

- ¿Y crees tú que hoy hemos llegado por fin a esa casilla? -le pregunto, con el triste acento que conviene a los que empiezan ya a perder definitivamente la esperanza (222-223).