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El País. lunes 23 de junio de 2003. Sociedad .

La Santísima Trinidad entró en el "Boletín Oficial del Estado"


La religión católica fue durante Siglos "la única de la nación española", pero nunca llegó a tanto como en 1953, cuando Franco y Pío XII acordaron el Concordato nacional-católico. El Boletín Oficial del Estado de 19 de octubre de ese año lo publicó así: "En el nombre de la Santísima Trinidad, la Santa Sede Apostólica y el Estado español, animados del deseo de asegurar una fecunda colaboración para el mayor bien de la vida religiosa y civil de la Nación española, han determinado estipular este Concordato". Era un texto del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Poco tardaron los españoles en reaccionar con chistes ante aquella recíproca hincada de rodillas. Uno advertía a los peatones sobre los curas motorizados: los tonsurados ya podían saltarse los semáforos porque así se lo permitía el, todo privilegiado Concordato. Era más que una broma: el Concordato, en su artículo primero, definía a la Iglesia católica como "la única de la nación española" y le adjudicaba una categoría ya insinuada en aquella inicial apelación a la Santísima Trinidad. Artículo dos: "El Estado español reconoce a la Iglesia católica el carácter de sociedad perfecta y le garantiza el libre y pleno derecho de ejercicio de su poder espiritual".

Así, los curas podían exigir a la Guardia Civil que "velara por la debida observancia del descanso en los días festivos" -las multas podían ascender a 25 pesetas, según tarifa de la época-; el Estado se comprometía a indemnizar a la Iglesia "por las pasadas desamortizaciones de bienes eclesiásticos"; y en premio a su "contribución a la obra de la Iglesia en favor de la Nación", se le entregaría "una adecuada dotación económica" para sueldos, construcción de templos, el sostenimiento de sus seminarios y universidades, "y para el ejercicio del Culto".

Veinte años después, cuando la Iglesia y Franco se estaban tirando los trastos a la cabeza por la rebeldía de una parte del clero secular (la dictadura llegó a abrir en Zamora una cárcel especial para curas), el presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, poco antes de ser asesinado por ETA se quejó ante el cardenal Tarancón por tal desagradecimiento. La factura, según el recuento del almirante, alcanzaba los 300.000 millones anuales. Tarancón se enfadó mucho por ese recuento y, en sus memorias, cuenta cómo Carrero incluía "entre lo dado a la Iglesia todo el coste de la construcción del Valle de los Caídos".