SECTA   DEFINICIÓN

 

Es casi imposible definir exactamente el sentido de la palabra «secta». Son múltiples las acepciones y muchos los autores que la definen de una u otra forma.

Para un gramático sería un «conjunto de personas que profesan una misma doctrina filosófica o religiosa; un grupo de personas que tienen una misma doctrina en el seno de una religión» (Robert) .

Para un etimologista, la palabra secta se derivaría de «sequi», que significa «seguir» -en este caso, seguir a un líder, a una idea-, o de «secare» o «secedere», que quiere decir «separarse de» o «cortar con». Este es el concepto aceptado por todas las religiones mayoritarias, que consideran secta a toda disidencia que haya salido de su seno, y también el que adoptan muchos historiadores de las religiones como Chéry. y es que en todas las religiones hay disidencias provocadas bien como una reacción contra la rutina y la decadencia que se imputa a la mayoría, por una situación de crisis institucional, o bien por la preferencia de un «profeta» a tal o cual aspecto concreto de la doctrina. Por ejemplo, la secta de los esenios en el judaísmo de los tiempos de Cristo; las innumerables sectas del hinduismo -vishnuitas y shivaítas-, las setenta y dos sectas islámicas que ya predijo Mahoma; las doce grandes sectas y las otras trescientas menos importantes derivadas del budismo; los incontables brotes secesionistas en el cristianismo: cátaros, humillados, joaquimitas, traticelos, widifitas, husitas; los bogomiles en Bulgaria y los viejos creyentes en Rusia, separados de la iglesia ortodoxa; los vénero-católicos y algunas iglesias nacionales escindidas, ya en la era moderna, del catolicismo. Pero donde más han proliferado las sectas es entre las iglesias nacidas de la Reforma: desde los anabaptistas hasta los pietistas más radicalizados.

Por supuesto que a ninguna secta le gusta ser considerada como tal. Se autodenomina «iglesia», «asamblea», «asociación», «sociedad», «misión», todo menos «secta». Es comprensible, porque la palabra «secta» ha dado origen al adjetivo «sectario», y nadie quiere ser considerado sectario, aun siéndolo. Por otra parte, hay sectarios en todas las iglesias y entre los defensores de todas las ideologías (políticas, filosóficas, religiosas y antirreligiosas), y este sectarismo de los individuos no califica necesariamente al grupo al que pertenecen; lo calificaría si todo el grupo se comportara sectariamente. 

Para un sociólogo, una secta es un grupo convencional de gentes que participan de las mismas experiencias religiosas y tienen las siguientes características: 

Factor de seguridad y de certeza. -Los miembros de la secta tienen conciencia de pertenecer a un grupo que acapara la verdad y la salvación; ninguna de las dos cosas existen fuera de ellos. 

Factor afectivo. -El grupo se considera autosuficiente y no tiene contactos con otras organizaciones si no es para convertirlas e integrarlas en su propio seno. No hay lugar para el diálogo ecuménico, y sí sólo para el proselitismo. No se ejerce la caridad más que en el interior del grupo, que llega a convertirse en un auténtico ghetto que acapara los conceptos de patria y familia, donde el líder es el padre y la secta, la madre. 

Factor de rigorismo doctrinal, disciplinar y moral. -Se concede una primacía total a los principios, a la doctrina y a su interpretación, por encima de los derechos de las personas; lo que prima es el ORDEN, que se identifica con la voluntad de Dios. 

           De todas estas consideraciones tuvimos una maravillosa e instructiva lección en la comparecencia ante la Comisión del Congreso del catedrático de Historia de las Religiones José Luis Gómez Caffarena. Él nos explicó cómo el primero que contrapuso «secta» a «iglesia» como tipos de organización religiosa fue Max Weber, y que su idea fue recogida por Trelles cinco años después; no podemos olvidar que los dos son los padres de la sociología de la religión del siglo XX. Para ellos, las características de la «iglesia» son: la pertenencia por razón de nacimiento, una tendencia de acomodación al mundo existente, a su cultura y a sus instituciones, y una aceptación de los valores vigentes. En contraposición a esto, la «secta» busca la pertenencia por adscripción libre, desarrolla una estructura social exclusivista y mantiene una postura de no acomodación al mundo, muy poca o ninguna comunicación con la cultura existente, una preocupación especial por resaltar sus señas de identidad características, una uniformidad en las ideas y su expresión, y la exclusión de la duda y la disidencia.

Nos explicó también en este ámbito de «secta-secesión» que todas las iglesias consideradas hoy como tales empezaron su andadura siendo sectas. En esos primeros tiempos todas ellas utilizaban técnicas de captación y proselitismo claramente sectarias; con el paso del tiempo y su adaptación al mundo y a sus leyes, las fueron perdiendo hasta adquirir lo que los expertos llaman «denominación de iglesia».

Cuántas veces y en cuántos coloquios de mis conferencias he tenido que responder a una lógica pregunta que se deriva de esta explicación:

 -Y si dentro de un milenio los «adventistas» o los «acropolitanos» o los «moonitas» llegan a ser «iglesias», ¿por qué perseguirlos ahora?

Mi respuesta, llena de dudas también, es siempre la misma:

-Yo vivo en esta sociedad de este momento, y mi condición de legisladora me obliga a exigir que hoy se cumplan las leyes vigentes en mi país. Y, como representante del pueblo, tengo que ayudar a aquellos que sufren y ven vulnerados hoy sus derechos. 

Además, no siempre se da este camino de la secta a la denominación, como demuestra Milton Ginger con multitud de ejemplos.

            Ya había conseguido conocer la diferencia entre secta e iglesia, pero me faltaba la segunda parte de la definición: cuándo una secta es buena o mala, por hablar en términos simplistas. Eso era aún más complicado, y sólo me he sentido tranquila adjudicándoles un adjetivo: «sectas no destructivas» y «sectas destructivas». Porque las hay inofensivas, benefactoras y, en cualquier caso, legítimas. Por eso dejo aparte las creencias y me fijo sólo en los comportamientos y en su repercusión en el adepto, en su entorno y en la sociedad. Porque respeto absolutamente todos los credos y todas las ideologías, sean las que sean, y admiro a quienes luchan por ellas y trabajan por su expansión. Pero no tengo piedad para aquellos que, aprovechándose de la credulidad de las gentes, las convierten en esclavos y anulan las dos características que diferencian al hombre de los demás seres vivos: la libertad de actuar y de elegir y la capacidad de razonar. Quiero hacer especial hincapié en esto porque las sectas me presentan como una nueva inquisidora, hasta el punto de haberme cambiado el apellido: unas me llaman «Pilar Savonarola» y otras «Pilar Torquemada», Para que quede más claro, diré que tengo ante este problema la misma actitud que ante la droga: compadezco, ayudo e intento aportar soluciones y alternativas válidas para el toxicómano, y no tengo piedad ninguna para el traficante; éste destruye cuerpos, y el traficante sectario destruye mentes y almas. Al combatirlos, lucho precisamente a favor de la libertad y de la dignidad de la persona.

Alguien, en el coloquio tras una charla, me dio una definición que me pareció muy descriptiva: «Una asociación, del tipo que sea, es buena si mejora al hombre, si lo hace crecer en su perfección humana; es mala si lo empequeñece, lo disminuye, lo anula y lo supedita sin voluntad a otro hombre.»

Después de analizar muchas definiciones de muchos teóricos y expertos, me quedo con la de André Dénaux, que dice: «Las sectas destructivas son organizaciones pseudo­religiosas, pseudo-filosóficas o pseudo-culturales, de estructura piramidal y totalitaria, que se dedican a la captación de adeptos para explotarlos mediante falsas promesas y técnicas de coerción psicológica, siempre en provecho del afán de poder y de lucro de sus líderes.» [1]


 


[1] SALARRULLANA, PILAR. Las Sectas, Un testimonio vivo sobre los mesías del terror en España. Ed. Temas de Hoy. Madrid 1991. pp.48-53.

Pilar Salarrullana de Verda nació en Zaragoza en 1937. Licenciada en Humanidades modernas por la Facultad de Filosofía y Letras de su ciudad natal. Comenzó su carrera política en 1974, y ha sido senadora por La Rioja desde 1979 a 1982, diputada regional en el parlamento riojano de 1983 a 1986 y diputada a Cortes en el Congreso de 1986 a 1989. Es fundadora además de la Asociación Concepción Arenal para la defensa de los derechos de la mujer, y miembro de “Mujeres para Europa”. Promotora de la Comisión parlamentaria para el estudio de las sectas en España, es una de las autoridades en esta materia.

 

 
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