Las sectas y su evolución histórica (*1)
¿Qué es una secta?
"No hay ninguna falsa doctrina que no contenga algo verdadero",
(AGUSTÍN DE HIPONA, EP 94,4: ML 37,1218)

 

PORTADA LIBRO CESAR VIDAL PSICOLOGÍA DE LAS SECTASPor paradójico que pueda resultar, no es nada fácil fijar el concepto de "secta". Hace apenas una semana transitaba yo por Madrid en el coche de una amiga mía, que es profesora de Historia. En el curso de la conversación me comentó que uno de sus alumnos, del que elogiaba el buen trato y la simpatía, pertenecía a una "secta evangelista". Confieso que me sorprendió aquel calificativo, porque mi amiga tiene una cultura superior a la media (muy, pero que muy superior, diría yo, si queremos ser justos); pero resultaba poco capaz de diferenciar a una secta del protestantismo. Si deseamos ser honrados, tal forma de acercarse al tema sigue siendo muy común (¿quizá mayoritaria?) en nuestro país, lo que constituye, sin duda, un mal enfoque inicial para abordar el tema de las sectas.

A fuer de sinceros, hemos de reconocer que el apelativo secta ha contado con acepciones diversas a lo largo de los tiempos. Para un judío de la época de Jesús su contenido no era peyorativo en absoluto. Simplemente hacía referencia a las divisiones internas dentro del judaísmo en fariseos y saduceos (también en zelotes y esenios, aunque esto es objeto de mayor controversia). Secta tenía entonces un significado muy parecido al de su etimología, que procede del latín secare (cortar). Era una de las partes en que estaba "cortado" el judaísmo. En este sentido, el cristianismo era inicialmente una secta judía, caracterizada por su creencia en que Jesús de Nazaret era el mesías.

Posteriormente, y en lógico paralelismo con la aparición de las herejías, el apelativo empezó a destinarse no sólo a los que profesaban creencias diferentes, sino que también desgarraban, "cortaban" con ello la unidad de la Iglesia, que en el cristianismo resultó un concepto mucho más importante que en el judaísmo. No es difícil percatarse de que, a partir de entonces, el término va adquiriendo un cariz negativo, que ya está plenamente implantado durante la Edad Media. En el curso de este período histórico es frecuente ver aparecer en las fuentes noticias relativas a la secta de Mahoma o a la secta judía, apelativos, seamos sinceros, de exactitud más que dudosa.

Un caso similar es el que nos encontramos al llegar la época de la reforma y la contrarreforma en referencia a las divisiones que experimentó en esta época la túnica inconsútil de Cristo. Se produce en esta época una combinación del significado de división con el contenido de corte peyorativo. Así, se pueden ver referencias a la secta de Lutero o a la secta de Calvino, y también a la secta papista, pues para los reformistas es el papado el que se ha separado (de la pureza cristiana original) y el que merece un juicio negativo. En buena medida, puede decirse que este concepto es el que sigue presente en la mentalidad de millares de personas en España.

Durante el siglo XIX diversos sociólogos de la religión, como Max Weber y Ernst Troelsch, articulan una definición de "secta" totalmente distinta. Se trataría (y la definición tiene muchos aspectos positivos) de una contraposición con la Iglesia grande y establecida: grupos pequeños, más familiares, de contacto más humano. Para que comprendamos mejor la definición, podríamos decir que si la parroquia tendría para Weber un carácter de iglesia, las comunidades de base que se reunieron en el entorno de la misma lo tendrían de secta precisamente porque en ellas se daban unas notas de mayor cercanía, menos numerosidad, etc.

Ninguno de estos contenidos se corresponde con lo que hoy en día se suele denominar secta o también, quizá como un intento por diferenciarlo de todas las definiciones anteriores, "nuevos movimientos religiosos" (denominación no del todo afortunada por cuanto algunas de ellas tienen más de un siglo de existencia). La secta hoy en día es un tipo de organización en la que se dan una serie de características claramente identificables ante cuya ausencia total o parcial no cabría hablar de la misma, sino de un ente distinto. Por paradójico que pueda parecer, el factor ideológico, teológico o filosófico no es importante a la hora de encuadrar a una entidad como secta, al menos no en grado sumo.

¿Cuáles son las características definitorias de una secta? Podríamos señalar la necesidad absoluta de que se den las siguientes en su totalidad:

1. Estructura piramidal. La secta ha de tener una organización que podríamos dividir en cúspide absoluta (el cuerpo gobernante, generalmente colectivo, aunque con una figura sobresaliente), mandos intermedios y adeptos-tipo. Naturalmente, se trata de una simplificación. De manera general, la secta presenta una estratificación que permite un control riguroso de los escalones inferiores.

2. Sumisión incondicional al dirigente. En el interior de la pirámide la norma absoluta es la sumisión sin paliativos a la cúspide. En buen número de casos ésta pretende haber recibido una inspiración de Dios (Ellen White, Joseph Smith, Moon, etc.), ser la única intérprete válida de la revelación (Moisés David, la Wachtower) o haber descubierto algo nuevo (Hubbard). Sean cuales sean sus pretensiones, no cabe la menor posibilidad de romper la cadena de sometimiento o el cañamazo en que se asiente la secta.

3. Anulación de la crítica interna. Lógicamente, la secta ahoga cualquier posibilidad de crítica interna hasta niveles difícilmente concebibles para el que no conoce el tema. No cabe otra posibilidad. Millares de adventistas y de Testigos de Jehová hubieran dejado de ser adeptos al no llegar el fin del mundo cuando lo profetizó su secta, centenares de siervos de la Iglesia de la Cienciología hubieran repudiado sus métodos pseudocientíficos. Si no sucede así es porque se trastorna la capacidad del adepto para leer críticamente, y posteriormente se le limita o impide totalmente acceder a fuentes de información contrarias a la secta. Esta incapacidad de analizar críticamente lo que sucede en el interior de la secta (no digamos ya de manifestarlo o de publicarlo) lleva a la secta a presionar constantemente al adepto mediante refinadas formas de control mental, registrándose en algunas sectas incluso violencias físicas o utilización de psicofármacos para someter a los adeptos.

4. Persecución de objetivos económicos y/o políticos enmascarados bajo una ideología de tipo filosófico o religioso. A lo anterior se une el hecho de que la secta persigue fundamentalmente la consecución de unas finalidades de tipo económico y/o político. No es misión de este libro centrarnos en ese tema, que ya hemos desarrollado con cierta amplitud en obras anteriores. Preferimos remitir al lector a la bibliografía del final; pero sí deseamos adelantar que hemos escogido algunas referencias en el capítulo siguiente en relación con mormones, adventistas y Testigos de Jehová por ser las sectas de mayor alcance social en nuestro país. La secta no persigue finalidades espirituales ni filosóficas de manera filantrópica. El afán de poder y de lucro subyacen en lo más hondo de sus motivaciones.

5. Instrumentalización de los adeptos en orden a obtener los fines de la secta. Por todo lo anterior, resulta evidente que el adepto, sometido a un férreo control por la secta, no deja de ser mera carne de beneficios para la misma. La explotación económica es generalizada en todas las sectas y casi en la misma medida la laboral. En algunas más concretas se une a esto la utilización sexual de los miembros. El adepto es un simple número al que emplear en la obtención de resultados, fundamentalmente la captación de fondos y de otros adeptos. Los métodos importan poco.

6. Ausencia de control de una autoridad superior sobre la secta. A lo anterior hay que sumar la inexistencia de un factor de control sobre las actuaciones de la secta. Por citar un ejemplo, el Palmar de Troya empieza a ser técnicamente secta en el momento en que se coloca totalmente fuera del alcance de una autoridad jerárquica superior, si bien es cierto que sus otros comportamientos de tipo sectario se producían ya con anterioridad. La importancia de esta característica se deriva del hecho de que una autoridad superior puede cortapisar lo que pueden ser comportamientos sectarios de un grupo, evitando así que éste degenere convirtiéndose en secta. De ahí también el hecho de que ciertas noticias sensacionalistas que en los medios de comunicación han tendido a relacionar a algunos institutos católicos o denominaciones protestantes, cuyos pastores han llevado una vida nada edificante, con sectas no pasen de ser informaciones asentadas en la falta de conocimiento profundo del tema. En el seno de una iglesia, de un partido, de una empresa, pueden darse comportamientos sectarios, pero esto no implica que la entidad sea una secta; al igual que en una democracia puede darse excepcional y puntualmente la tortura, pero eso no implica que sea una dictadura.

La calificación de secta va mucho más allá del encuadramiento de ciertos comportamientos como sectarios. De ahí la peligrosidad de estos grupos, que pasan a convertir en habitual los abusos que en otros son sólo excepcionales. La secta, por propia definición, no cambia ni altera su sustancia con el paso del tiempo, pero sí es muy puntillosa en la presentación de su imagen. De ahí que, en repetidas ocasiones, el autor de estas líneas haya hablado de una evolución externa de la secta, que acontece en diversas fases. En la primera fase, de crecimiento, la secta nace, como veremos en el capítulo siguiente, al amor de una serie de avatares sociales, generalmente relacionados con los Estados Unidos y con la angustia y frustraciones de su población. De ahí que la secta ofrezca un contenido mesianista, milenarista u orientalista, según la época de su nacimiento.

En la segunda fase, de consolidación, la secta se entrega a una serie de excesos encaminados a aumentar su fuerza política o económica sea como sea. Suele ser ésta una fase muy ligada al escándalo (fracaso de anuncios del fin del mundo, revelaciones sobre la vida privada de sus fundadores, etc.) y, ocasionalmente, a la irregularidad financiera. Frecuentemente también se utiliza alguna forma de violencia.

La tercera fase, de lavado de cara, es aquella en que la secta cuenta con cierto poder y extensión, y por ello busca ofrecer una imagen más presentable al exterior. No hay que engañarse, la secta sigue siendo la misma, pero ahora tiene unas pretensiones primordiales de respetabilidad que la permitan asociarse en la mente de la gente corriente con una iglesia o un movimiento filosófico más. Por regla general, en este período es cuando se produce un crecimiento numérico mayor. Sólo los mormones pueden pretender con justicia haber llegado a él. En el próximo capítulo analizaremos más concretamente su evolución histórica, así como la de los grupos sectarios de más influjo en nuestro país. No haremos mención de aquellos (el reverendo Ike, Arica, la Fundación Álamo) que, de momento, no han traspasado las fronteras de Estados Unidos, no pareciendo por ello susceptibles de aparecer dentro de poco en nuestra patria.


(*1) VIDAL MANZANARES, CESAR. Psicología de las sectas.
Una aproximación al fenómeno sectario.
Ed. Paulinas, Madrid 1990. pp. 9-15