LA IGLESIA DE JESÚS DE NAZARET.

 

 

¿Es esto la Iglesia?
Las dos caras de una moneda
Nos acercamos a ella sin prejuicios
 * Iglesia y Reino de Dios
 * Pero... ¿qué es la Iglesia?
La Iglesia a través del tiempo
 La Iglesia en el periodo postapostólico
 La Iglesia en el Imperio
 Una profunda reforma
 Durante la Ilustración y el Romanticismo
 El Concilio Vaticano I
 El Concilio Vaticano II
¿Para qué sirve la Igelsia?
La Iglesia es nuestra comunidad
  

 

¿Es esto la Iglesia?

 

Pasamos una encuesta sobre la Iglesia a los alumnos de un instituto. Al reunir sus respuestas, observamos que estás podían ser agrupadas en torno a estos tres temas:

 

-- La Iglesia no está actualizada

Va siempre a remolque y nadando contra corriente. En nuestro mundo, en efecto, se dan dos grandes corrientes que prácticamente se lo reparten: La individualista y la socializante. Y la Iglesia se encuentra alejada de ambas. Su fuerte jerarquización impide que se desarrolle una libertad plena en ella.

 

--Lo que la Iglesia ofrece al mundo ya no sirve

Es cierto que en otras épocas podía ofrecer escuelas, hospitales... Pero ahora es función de otras instituciones. Y si, en otro sentido, lo que la Iglesia ofrece es la salvación muchos piensan que el hombre no tiene por qué ser salvado porque no es culpable ni está condenado.

 

-- La Iglesia misma no se aclara

Se dice que a partir del Vaticano II, en la Iglesia se han desarrollado dos posturas bien diferentes: la de los que siguen anclados en el pasado, y la de los que creen que, a pensar del Concilio, la Iglesia no ha avanzado lo que debería, que sus documentos son ambiguos, que no es radicalmente fiel al evangelio….

 

Vamos a intentar contestar estas cuestiones. Pero, para ello, hay que entrar en el tema sin prejuicios: Los prejuicios siempre impiden conocer la verdad. Vamos a acercarnos a la Iglesia, dejando aparte etiquetas, para comprenderla como es, con sus fallos y sus aciertos. Acercarnos a la Iglesia como es, simplemente.

 

 

Las dos caras de una misma moneda

 

Todos conocemos los defectos y los aciertos de la Iglesia. Según sea la postura personal de cada uno se acentuará más uno u otro aspecto. Pero es necesaria una postura serena para, teniendo presentes fallos y aciertos, valorar positivamente unos valores y criticar negativamente a otros.

 

Por eso, de entrada, hacemos una precisión importante: la Iglesia es algo más que un fenómeno histórico. Es cierto que, como fenómeno histórico la podemos “estudiar”. Pero así nunca acabaríamos de entenderla.

 

“Como sociedad dotada de órganos jerárquicos y Cuerpo Místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, antes al contrario, forma una única realidad compleja constituida por un elemento humano y otro divino”.

 Vaticano II. Lumen Gentium, nª8.

 

Como las dos caras de una misma moneda, estas dos notas no se pueden dar la una sin la otra: la insistencia en una de ellas, en detrimento de la otra, siempre desfigura el rostro auténtico y total de lo que es la Iglesia:

 - Reaccionamos, por ejemplo, contra los escándalos de la Iglesia insistiendo en una Iglesia de “santos” y oponiéndola a la gobernada por papas y obispos indignos… Tenemos la tentación de arreglar los fallos de la Iglesia por el camino de romper con ella… Rechazamos la Iglesia “establecida”, pensando que en ella no se puede ser fiel al Evangelio, y queremos refugiarnos en la Iglesia  “espiritualista”, en la que sólo cuentan nuestras relaciones personales con Dios… Rechazamos las leyes emanadas de la Iglesia apelando al Evangelio como única forma de vida…

 - Pero también se da la postura opuesta al insistir desmesuradamente en el aspecto “visible”. Convertimos a la Iglesia, así, en una institución en la que sólo cuentan las normas y costumbres a las que no responde una vivencia de la fe… Decimos pertenecer a una sociedad gobernada por el Papa y los Obispos, y olvidamos la vida de fe que se nutre de la Palabra de Dios y crece mediante la oración y los sacramentos...

 

Pero la Iglesia Misterio  y la Iglesia Institución no son dos cosas distintas, sino la misma. Por estar llamada a hacer presente en el mundo de hoy la Buena Noticia. Su estructura visible estará en la función de su misión sobrenatural. Y, con esto, no se relega lo visible a un segundo plano: por sí misma la Iglesia no tiene ninguna consistencia; toda su realidad la recibe de su relación con Cristo cuyo misterio hace visible, del cual es signo. Y será un signo tanto más fiel cuanto con más fidelidad realice la misión recibida. Por eso los escándalos lo son más en la Iglesia. Y su misma realidad la impulsa constantemente a una revisión y a una autoconversión. El Vaticano II reconoce:

“….aunque la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel de su Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron sus miembros, clérigos o laicos, fieles al Espíritu de Dios”

Gaudium et Spes nº 43

 

Precisamente las debilidades de la Iglesia no justifican ni una postura rigorista ni una postura permisiva de las mismas: nos abren a su realidad más íntima, su fidelidad a Cristo con aciertos y errores, su realidad divino/humana como un todo inseparable.

 

Nos aproximamos a ella sin prejuicios

 

Pero, ¿Qué es la Iglesia? Esta es la pregunta que nos interesa contestar sin prejuicios. Y para conseguirlo, tenemos que responder previamente a otra: ¿qué nos dice el Nuevo Testamento de la Iglesia?, ¿podemos identificarla con el Reino D Dios?

 

* Iglesia y Reino de Dios

 

El Vaticano II es claro:

“Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su fundador y guardando sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar y restablecer el Reino de Dios en medio de todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y principio de este Reino. Ella entre tanto, mientras va creciendo poco a poco, suspira por el Reino consumado”

(Lumen Gentium, nº 5)

 

Iglesia y Reino de Dios no se identifican, pues. La identificación se realizará al final de los tiempos.

 

Del texto arriba citado podemos concluir: que la Iglesia en cuanto que es manifestación en la historia de la misión de Cristo, es ya en sustancia el Reino de Dios; y que la Iglesia es este Reino en cuanto que está en camino hacia su plena consumación. De manera que la tensión entre lo que ha llegado a ser y lo que todavía debe esperar a ser es lo que caracteriza a la Iglesia y la empuja a caminar. El Reino de Dios no es algo ya pasado en el tiempo; por eso afirmamos que le reino ya está en medio de nosotros, pero todavía no ha llegado a su plena manifestación; por tanto no se identifica del todo Reino con Iglesia. La Iglesia en la medida en que es fiel a su misión, en esa misma medida hace más visible el Reino de Dios entre nosotros aproximándose más rápidamente a su plena consumación. Por el contrario, en la media en que sea infiel a su tarea, oculta su presencia del Reino y retrasa su plena consumación.

 

* Pero... ¿qué es la Iglesia?

 

Tratamos de responder a esto siguiendo el espíritu del Vaticano II expresando tanto en la Constitución “Lumen Gentium” sobre la Iglesia como en otros documentos.

 

La Iglesia es la respuesta a una llamada de Dios en Cristo, la obra “misteriosa” de Dios fundada en su voluntad. No podemos entender a la Iglesia como un producto más de la historia o como el resultado del trabajo de un grupo de hombres entusiasmados por una idea. Nada de esto es exacto. Dios “…determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la Santa Iglesia que prefigurada ya desde el origen del mundo...” Éste es el origen radical de la Iglesia.

 

Esta voluntad divina se expresa y realiza en Cristo. Cristo es el fundamento de la Iglesia con su vida y, sobre todo, en el misterio Pascual, en que el servicio y el amor al hombre llegan a su plena manifestación. Amor y servicio con el origen de la Iglesia y en ella están presentes. Por la Iglesia llegamos a Jesús, y por Jesús al Padre.

 

La Iglesia es convocada por el Espíritu Santo y tiene en Él su fuerza vital que le acompaña en su caminar por la historia: el tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo.

 

La pieza clave de la Iglesia es el grupo de los Doce, que Jesús eligió y sobre los que la fundó. Los apóstoles, después del acontecimiento pascual y como testigos del mismo, manifiestan claramente su identidad como Iglesia. Son los primeros receptores del Espíritu Santo que los impulsa a la comunicación de la Buena Noticia: esta es la misión de la Iglesia en la historia.

 

Abierta a todo el mundo, la Iglesia se entiende a sí misma como universal: todos los hombres son destinatarios  y beneficiarios de la Buena Noticia. Lo cual entraña una llamada a la unidad, como signo del amor que vive la comunidad eclesial. Unidad y amor deben expresarse en la fraternidad articulando unas relaciones de servicio y compartir. Desde esta perspectiva la Iglesia es Pueblo de Dios: un pueblo convocado por la predicación del evangelio, querido por Dios, que tiene a Cristo, por cabeza y del que todos los hombres están llamados a formar parte; la misión de este pueblo es evangelizar; discernir críticamente los acontecimientos de la historia y practicar la comunicación de bienes; y, a la vez, este Pueblo es Cuerpo de Cristo, formado por todos los creyentes y cuya cabeza es Cristo el cual reúne a muchos en un solo cuerpo en el que cada uno tiene una función y un servicio propios, estando todos llamados a la unidad por lo que, entre todos, surgen unas relaciones concretas de amor y solidaridad.

 

La Iglesia realiza en el mundo su misión por medio de la Palabra (que actualiza el acontecimiento salvador) y por medio de los Sacramentos (acciones salvíficas que se hacen presentes en medio de la vida).

 

 

LA IGLESIA A TRAVÉS DEL TIEMPO

 

La Iglesia camina por la historia hacia su consumación. Y, precisamente a lo largo de la historia, se va precipitando la idea de la Iglesia resumida en el apartado anterior y se expresa de distintas maneras. Pero no es que cambie la Iglesia: cambia sólo una forma de manifestarse.

 

 

La Iglesia en el período postapostólico

 

Este periodo abarca los tres primeros siglos de la Iglesia. Y con tres notas podríamos describir la imagen de la Iglesia:
     a) La Iglesia es entendida como Misterio y se reconoce a si misma como comunidad de Cristo convocada por “misteriosa” decisión de Dios,

b) imágenes y figuras bíblicas (Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo...) van desarrollando lo que es la Iglesia;
      c) símbolos  y alegorías explicitan más el ser y actuar de la Iglesia (Barca de Pedro...).

 

Perseguida por el Imperio, ante el que se presentaba como alternativa, se vale de imágenes que pueden no significar nada para los extraños pero que se cargan de significado para los creyentes. Estas imágenes destacan por la superioridad de la vida de los cristianos frente a la más egoísta de los demás.

 

La Iglesia y el imperio

 

Cuando la Iglesia, de perseguida se convierte en oficial, sus limites pasan a coincidir prácticamente con los del imperio. Entonces la pequeña comunidad se resquebraja: se masifica la vivencia del cristiano, la Iglesia se distancia de los fieles convirtiéndose más en jerarquía y contagiándose de la estructura imperial, lo cristiano y lo político coinciden hasta llegar a integrarse...

 

A partir de la coronación de Carlomagno (año 800) se planteó el problema entre el dominio del poder político o del poder religioso sobre la sociedad: en un primer momento la Iglesia se subordina y sirve a los intereses del imperio; pero a partir del siglo XI, la preponderancia es del “sacerdocio”: el imperio se ve dominado por el pontificado. El desarrollo cluniacense influye en que la religión se viva como monacal, La Iglesia se identifica con el papado, que domina desde la cúspide y que delega en el Emperador el gobierno de lo temporal. Del “testigos de la fe” en la época postapostolica se ha pasado al “luchador de la fe”, al militante y no en sentido espiritual: órdenes militares, cruzadas....

 

Sin embargo a lo largo de la Edad Media, frente a la Iglesia-imperio subsisten y van aumentando las manifestaciones de Iglesia-Misterio que llegan a su expresión máxima con san Francisco. Y esta imagen de Iglesia es una constante llamada crítica frente a la anterior.

 

 

Una profunda reforma

 

Durante la época enmarcada por el Renacimiento surgen con fuerza las nacionalidades Esto influye en el rechazo de una Iglesia centralista y se empieza a producir el distanciamiento entre clérigos y laicos al desclericalizarse la cultura. Los Papas, más mecenas que Papas, escandalizan. Y ante el estado de la Iglesia se levanta la voz de Lutero reclamando una reforma que era urgente.

 

Lutero crítica lo que llama las tres “autodefensas” que el centralismo romano se ha “inventado” para afirmar sus posturas: la afirmación de que el poder temporal está supeditado al espiritual; la afirmación de que la Escritura sólo la puede interpretar acertadamente el Papa con su Magisterio; y la afirmación de que el Concilio sólo puede convocarlo el Papa. Y propone su concepción de Iglesia como “santa” cristiandad, reconocible por el Evangelio predicado y teniendo las comunidades de santos el poder de juzgar en todo lo que se refiere a la doctrina y de deponer a los maestros.

 

El Concilio de Trento, reunido demasiado tarde, ya no pudo detener el movimiento de separación. Al expresar a la Iglesia sobre todo en oposición a las cuestiones que rebatía potenció la imagen de la Iglesia como guardiana de la fe revelada. De forma que la teología de la Iglesia, al intentar sobre todo defenderla, se convierte en apologética.

 

 

Durante la Ilustración y el romanticismo

 

Con la confianza en la razón y en que el hombre lo puede conocer y alcanzar todo, se produce un movimiento que intenta superar lo “confesional” buscando la unidad por medio del acuerdo “racional”. A la vez, la Iglesia se “des-sacraliza” siendo tratada como sociedad moral. Y, dentro de la Iglesia, se ahonda la distancia entre clérigos y laicos a favor de los primeros.

 

A partir de la revolución francesa se acentúa el proceso de secularización: la Iglesia ha de regular sus relaciones con los estados seculares por medio de “concordatos”. La disminución de poder político y la pérdida de posesiones con las desamortizaciones condujo a un aumento del prestigio moral de Papa y Obispos.

 

El Romanticismo, al oponerse al racionalismo de la Ilustración, busca de nuevo en la tradición sus fuentes: se potencia la neoescolástica y surge, con éste, una doctrina enfrentada al espíritu de la época. A la vez, y al valorarse otros medios de acceso a la verdad en vez de únicamente la razón, resurge con fuerza la imagen de Iglesia como Cuerpo Místico. En contraposición al espíritu del mundo, se acentúa “lo romano”, la dimensión jerárquica de la Iglesia cerrada en torno al Papa.

 

El Concilio Vaticano I (1869-70)

 

Aunque el proyecto del Concilio era muy amplio, los acontecimientos políticos impidieron su desarrollo. En la constitución dogmática solo se alcanzó a definir el Primado del Romano Pontífice y la infalibilidad de su magisterio. De este modo se reforzó la unidad en torno al Papa y, en consecuencia, la unidad de formulaciones, liturgia, etc. La Iglesia se robusteció interiormente así… aún a costa de aislarse del mundo.

 

El Concilio Vaticano II (1962-5)

 

Después de la primera guerra mundial empieza a fraguarse la conciencia de que el seglar también es Iglesia y de que la Iglesia no está frente a los hombres: la encíclica de Pio XII “Mystici Corporis” (1943) revitaliza los estudios sobre la Iglesia coordinando los dos conceptos claves de Iglesia (Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios) y distinguiendo la Iglesia- institución de la Iglesia-comunidad.

 

En este sentido el Concilio Vaticano II se sitúa como Concilio de la Iglesia acerca de la Iglesia (no frente a otros). Su constitución dogmática Lumen Gentium presenta a la Iglesia como sacramento de la unidad entre Dios y el hombre en la línea de Iglesia-misterio. La Iglesia es el Pueblo de Dios que camina por este mundo hacia el Padre, que está en este mundo aunque en camino, y cuya misión fundamental es el servicio de la Palabra de Dios y los sacramentos. Reúne a todos los fieles, entre los que hay diferentes misiones, siendo el ministerio jerárquico sobre todo un servicio al Pueblo de Dios y no una categoría de poder. Complementando el inacabado Vaticano I, se describe la colegialidad episcopal como un elemento perteneciente, junto al Primado, a la misma estructura de la Iglesia. Se afirma la importancia de los laicos, basada en el sacerdocio común de los fieles, que deben hacer presente a la Iglesia en el mundo. Y se reconoce la dimensión carismática y profética de la Iglesia. Esta Iglesia reconoce en otras elementos de la única Iglesia de Cristo, y se siente unida a ellas, inaugurando así una nueva época ecuménica. La Iglesia se siente en el mundo compartiéndolo con todos los hombres y trabajando en él sin encerrarse en sí misma. 

¿PARA QUÉ SIRVE LA IGLESIA?

 

Bajo esta pregunta late la idea de muchos hoy de que sólo “es” lo que sirve para algo medible. Desde este punto de vista atrozmente utilitarista la Iglesia no sirve para nada, claro. Como para nada sirve el hombre… Pero, superando esta perspectiva propia del consumismo, desde otras más honda, la Iglesia sirve de mucho y a muchos. Contesta, desde Cristo, las preguntas radicales que el hombre se plantea ofreciendo una alternativa de vida: es Sacramento de Salvación para todos los hombres.

 

A partir del Vaticano II la aplicación del término “sacramento” a la Iglesia adquiere carta de ciudadanía. Significa ello que la Iglesia “proclama y realiza a la vez el misterio de Amor de Dios a los hombres” (Gaudium et Spes. Nº 45), es decir, “… es signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la  unidad de la humanidad” (Lumen Gentium, nº 1). Como sacramento de salvación, la Iglesia nos remite por un lado a Cristo y a su misión: por otro, a su labor de signo en el mundo y la historia. Si aceptamos que la Iglesia, en Cristo, aporta la respuesta última a los interrogantes de nuestra existencia y que es el punto hacia el que converge el caminar del hombre. La pregunta utilitarista “¿para qué sirve la Iglesia? Está ya contestada. 

LA IGLESIA ES NUESTRA COMUNIDAD

 

Para entender esto es necesario superar la tentación individualista tan arraigada como la utilitarista/consumista en nuestros ambientes. Con cierta frecuencia se afirma que la fe es algo individual Pero esto plantea un problema: ¿hasta qué punto es necesaria la Iglesia en la fe personal de uno?..¿Hasta qué punto es necesaria la comunidad?

 

Y, sin embargo, nuestra fe exige necesariamente la comunidad. La incorporación a un grupo que comparte mi misma fe es previa a cada uno de los creyentes: un individuo se convierte en creyente no en el momento de su decisión interna (que es importante), y no como consecuencia de su decisión individual (que tiene que darse), sino en el preciso momento en que se incorpora a la comunidad que cree. La fe, en esencia, es a la vez individual y eclesial. Es lo mismo que sucede en nuestra vida: sólo podemos vivir nuestra vida personal en el seno de una comunidad humana donde esa vida se desarrolle. Lo comunitario está presente en la vida del hombre desde que nace: necesitamos al otro para nuestro desarrollo personal. Y cuando lo comunitario respeta, sin anularlo, lo personal, sus beneficios aumentan. Sólo cuando lo comunitario anula lo personal, lo colectivo explota al hombre, lo hace desaparecer.

 

La Iglesia es esencialmente comunidad. Jesús fue escogiendo un grupo de discípulos y formando una verdadera comunidad: esta comunidad es el punto de referencia de lo que ha de ser la Iglesia, en ella están las raíces del nuevo Pueblo de Dios, y a ella hay que mirar constantemente para criticar e iluminar a la Iglesia presente que continúa en la historia aquella primitiva comunidad:

 

-Jesús exige el compartir la vida sustituyendo el proyecto humano de poseer y tener (Mt.4, 20; 9, 9; 10, 9-10; Lc. 10, 4; Mt, 19,21). Y se renuncia a tener porque ése es el único modo de compartir (Mc.6, 30-46).

-         El programa de vida de esta comunidad es el que recoge el Sermón del Monte. Las Bienaventuranzas son el camino que ha de seguir la comunidad de discípulos. El objetivo: la felicidad; aunque una felicidad que no es entendida como la entiende la sociedad: las Bienaventuranzas suponen trastocar todo el sistema de valores de nuestro mundo.

-         La actitud básica de todo el que pertenece a esta comunidad es el servicio. Y Jesús no tolera que nadie se imponga en la comunidad (Mt. 20, 20-28).

 

Las notas de la comunidad de Jesús deben aplicarse a la Iglesia:

-         La Iglesia debe ser el espacio en que se comparte la vida.

-         La Iglesia deber ser la comunidad de personas que, con su manera de vivir, indica al hombre que puede ser feliz pero por un camino distinto al que la sociedad propone: el camino de las bienaventuranzas.

-         La Iglesia debe presentar una nueva forma de vivir que no consiste sólo en “reformar” lo que hay, sino una vida absolutamente distinta y mejor. Basada en el compartir, las Bienaventuranzas y el servicio a los demás, debe descubrir la fraternidad y su filiación divina a todos los hombres.

 

 

 

Sanpedro, J.C. y otros. Nosotros, nuestro mundo, nuestra fe. Aguaclara. Valencia 1990